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ya tenia entre los dedos el fosforo encendido que el joven le habia dado, se detuvo. Quedo suspensa un instante y dijo sonriendo: --iSabes que esto es muy prosaico! iQuemar mis cartas de amor en un fogon! iUf!... Me parece que debemos concluir con ellas de un modo mas poetico.... ?Quieres que nos vayamos a quemarlas al campo?... De este modo daremos juntos un ultimo paseo; nos despediremos dignamente. --Como gustes--articulo el joven en voz apenas perceptible. --Bueno, ve a buscar un coche. --Lo tengo abajo. --Salgamos entonces. Volvio a coger el paquete Raimundo. Ambos dejaron aquel cuartito donde nunca mas habian de reunirse. Montaron en coche y este les condujo camino de las Ventas del Espiritu Santo. Era una tarde de primavera, nublada y fresca. Clementina habia echado los cierres de las ventanillas para no ser vista de algun conocido; pero en cuanto salieron de la Puerta de Alcala pidio Raimundo que los bajase; por cierto con tan poca oportunidad, que en aquel momento cruzo a su lado una carretela abierta donde iban Pepe Castro y Esperancita Calderon, recien casados. No tuvo tiempo mas que para echarse hacia atras y llevar una mano a la cara. Quedole la duda de si la habian reconocido. Raimundo, a costa de grandes esfuerzos, habia conseguido dominarse, pero solo a medias. Clementina hacia lo posible por distraerle. Le hablaba, como una buena amiga, de asuntos indiferentes, de sus conocidos, dando por supuesto que seguiria frecuentando su casa. Cuando pasaron Castro y su mujer, emprendio una conversacion animada acerca de ellos. --Ya ves, Mundo; sucedio lo que yo decia. No hace tres meses que se han casado y ya andan a la grena Pepe y su suegro por cuestion de la dote.... Nadie conoce a Calderon mejor que yo.... Si no lo entierran pronto, los pobres se han de ver muy apurados, porque lo que es dinero han de tardar en sacarselo.... Raimundo respondia a sus observaciones, afectando serenidad; pero su voz tenia un timbre especial que la dama no dejaba de advertir. Parecia que llegaba humeda, como si hubiese atravesado una region de lagrimas. Al fin, en un paraje que vieron mas solitario, hicieron parar el coche y se bajaron. --Aguardenos usted aqui. Vamos a dar un paseo--dijo Raimundo al cochero. Mas creyendo observar cierta inquietud en los ojos del auriga, se volvio a los pocos pasos, saco un billete de cinco duros y se lo entrego diciendo: Ya me dara usted la vuelta. Hasta luego. Aban
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