e que aqui haya
senora alguna.
--iAh! Viene usted a insultarme a mi misma casa--exclamo la ex florista
poniendose en jarras como en la plazuela.
--No; vengo a arrojarte de ella antes que llegue la policia a hacerlo.
--iNo me tutee usted o me pierdo!--grito la Amparo arrebatada de furor,
presta a arrojarse sobre su orgullosa enemiga.
--Repito que vengo a echarte de esta casa y del puesto que
usurpas--repuso esta con tranquilidad amenazadora, desafiandola con la
mirada.
La Amparo hizo un movimiento de arrojarse sobre ella, pero deteniendose
subito se puso a gritar con voces descompasadas:
--iPepe, Gregorio, Anselmo! A ver, que vengan todos. iPepe, Gregorio!
iEchadme esta tia de casa, que me esta insultando!
A los gritos acudieron algunos criados, que se detuvieron confusos,
atonitos, contemplando aquella escena extrana. Tambien se abrio la
puerta del gabinete y aparecio en ella la figura del duque, de bata y
gorro. En poco tiempo habia envejecido de un modo sorprendente. Tenia
los ojos apagados, el color caido, las mejillas pendientes y flacidas.
--?Que es eso? ?que pasa aqui?--pregunto con torpe lengua. Y al ver a su
hija dio un paso atras y todo su cuerpo se estremecio.
--Esta mujer, que despues de pedir que te declaren loco viene a
insultarme--grito Amparo con voz chillona de rabanera colerica.
--Papa, no hagas caso--dijo Clementina yendo hacia el.
Pero el duque retrocedio, y extendiendo al mismo tiempo sus manos
convulsas, exclamo:
--iFuera! iFuera! iNo te acerques!
--iEscucha, papa!
--iNo te acerques, ingrata, perversa!--repitio el duque con voz
temblorosa y tono melodramatico.
--Fuera de aqui, sin vergueenza. ?Tiene usted valor para presentarse
despues de lo que ha hecho con su padre?--chillo la malaguena animada
por la actitud del viejo.
Clementina quedo petrificada, livida, mirandoles con ojos donde se
pintaba mas el espanto que la colera. Hubo un instante en que estuvo a
punto de perder el sentido, en que todo comenzo a dar vueltas en torno
suyo. Pero su orgullo hizo un esfuerzo supremo y permanecio clavada al
suelo, inmovil como una estatua de yeso, y tan blanca. Luego giro
lentamente sobre los talones por miedo a caerse y dio algunos pasos
hacia la escalera, que comenzo a bajar con pie vacilante. Su padre,
excitado por los gritos de la Amparo, avanzo hasta la barandilla y
siguio repitiendo, cada vez mas colerico, extendiendo su mano tremula
como un barba de teatro:
--iFue
|