os criados venian a recogerlos en
cestos y lo tiraban al carro de la basura. Al entrar en su habitacion y
echarlo de menos se enfurecia. Necesitaba su guardian hacer uso de algun
medio violento para volverle el sosiego.
Cierta tarde, poco despues de almorzar los senores (el loco almorzaba en
su cuarto), se hallaban reunidos tres o cuatro criados en el gran
comedor del palacio limpiando la vajilla y colocandola en los
aparadores. Estaban de buen humor y retozaban cambiando latigazos con
los panos que tenian en la mano, corriendo en torno de la mesa y
soltando sonoras carcajadas. La senora no podia escucharles porque
estaba arriba. En esto aparecio el loco en la puerta con una bandeja en
la mano, la bandeja en que acostumbraba a transportar los mendrugos,
como preciosa mercancia, a su habitacion. Vestia una bata grasienta ya y
traia la cabeza descubierta. Pero aquella cabeza, a pesar de sus blancos
cabellos, no era venerable. Las mejillas palidas, terrosas, los labios
amoratados y caidos, la mirada opaca sin expresion alguna, no reflejaban
la ancianidad que tiene su hermosura, sino la decrepitud del vicio
siempre repugnante y la senal de la idiotez, aterradora siempre.
Permanecio un instante indeciso al ver tanta gente. Al fin se resolvio a
entrar; fue derecho a los cajones de los aparadores y comenzo con afan a
registrarlos sacando todos los mendrugos que habia y colocandolos en su
bandeja. Los criados le contemplaban sonrientes con mirada burlona.
--Busca, busca--dijo uno--. ?Cuando nos convidas a gazpacho, tio
lipendi?
El viejo no hizo caso: siguio afanoso en su tarea.
--Gazpacho, no--dijo otro--. Mejor sera que nos convides a un billete de
cien pesetas.
--A ti no te convido. A Anselmo, si--dijo el duque tartamudeando mucho y
mirandole airado.
--iToma! ya se por que convidas a Anselmo; porque te anda con el bulto.
Descuida, que si es por eso ya me convidaras.
Los otros soltaron la carcajada. El mas joven de ellos, un chico de diez
y seis anos, al verle con la bandeja colmada y dispuesto a marcharse, se
fue por detras, y dandole un manotazo hizo saltar todos los mendrugos,
que cayeron esparcidos por el suelo. El duque se enfurecio
terriblemente, y lanzando gritos de colera, y echandoles miradas de
fiera acosada, se tiro al suelo y se puso a recoger de nuevo los
mendrugos, mientras los criados celebraban con algazara la gracia de su
companero. Cuando ya los tenia todos en la bandeja y corria hacia la
pu
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