inquietud que las hacia padecer, por diverso modo, los ratos en que
estaban juntas.
D. Carmen cayo al fin en la cama para no levantarse. Clementina pasaba
alli todo el dia. El terrible momento se acercaba. Al fin una madrugada,
entre dos y tres, llamaron con alarma en el hotel de Osorio dos criados
del duque. La senora agonizaba. Preguntaba por su hija con insistencia.
Esta se levanto del lecho apresuradamente, y a todo el escape de sus
caballos volo al palacio de Requena. Osorio la acompanaba. Al entrar en
la habitacion de la enferma tropezaron con el duque, que les miro con
semblante hosco.
--iLlegais a tiempo! illegais a tiempo!--gruno sordamente. Y se alejo
sin decir mas.
Clementina creyo notar en estas palabras una intencion malevola y se
mordio los labios de ira. La tristisima escena que se ofrecio a su
vista, apenas se aproximo al lecho de D. Carmen, consiguio apagar su
odio breve instante. La infeliz senora presentaba ya en su rostro los
signos de la muerte, la palidez cadaverica, el afilamiento de la nariz,
los ojos vidriosos y en torno de ellos un circulo oscuro, amoratado. A
su lado y en pie estaba el sacerdote que la exhortaba a arrepentirse.
(?De que?) A los pies del lecho, Marcela, su antigua doncella, lloraba
ocultando el rostro con el panuelo. Otras dos criadas contemplaban de
mas lejos con rostros asustados, mas que doloridos, aquel cuadro
lastimoso. Alla en un rincon el medico de cabecera escribia una receta.
Al divisar a su hija, la duquesa volvio los ojos hacia ella con
expresion de ansiedad y extendio una mano para llamarla.
Acercate, hija mia--dijo con voz bastante clara. Y luego que se acerco
tomandole una mano entre las dos suyas amarillas, descarnadas, exclamo
mirandola con fijeza terrible a los ojos:
--iMe muero, hija, me muero! ?No es verdad que lo sientes?... ?por lo
menos que no te alegras?
--iOh, mama!
--Di que no te alegras--insistio con ansiedad sin apartar su mirada de
los ojos de la joven.
--iMama, por Dios!--exclamo esta aturdida y aterrada a la vez.
--iDi que no te alegras!--repitio con mas energia aun levantando a costa
de grandes esfuerzos la cabeza, mirandola con dureza.
--iNo, mama del alma, no! Si pudiera conservar su vida a costa de la
mia, le juro a usted que lo haria.
Los grandes ojos opacos de la moribunda se dulcificaron. Volvio a dejar
caer la cabeza sobre la almohada, y despues de breve silencio dijo con
voz apagada y vacilante:
--Serias muy
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