neo. La de su madrastra tambien se
concentro en su lastimado corazon. Inclino la blanca y fatigada cabeza,
diciendo:
--Si lo sabes, no pronuncies su nombre.
--?Y por que no?--exclamo la hijastra enfurecida--. Cuando un padre, sin
motivo alguno, solo por unos miserables ochavos injuria a su hija y
martiriza a su mujer, no tiene derecho a que se le quiera ni a que se le
respete.... Lo dire con todas sus letras.... iEso es una infamia!...
Papa es un hombre que no tiene mas Dios ni mas amor que el dinero. Sabia
que el testamento de usted me habia enajenado su carino ... (si es que
me lo ha tenido alguna vez....)
--iOh!
--Si; lo sabia muy bien. Pero nunca creyera que llegaria a cometer
semejante vileza, a calumniarme de ese modo.... A usted le consta que la
he querido siempre mas que a el ... isi, si, mas que a el! no tengo
ningun reparo en decirlo.... Dire mas: yo no he querido de veras a nadie
mas que a usted y a mis hijos.... Si ese testamento es la causa de que
usted dude de mi carino, rompalo usted.... Rompalo, si: su tranquilidad
y su afecto me importan mucho mas que su dinero....
La voz de la dama vibraba de indignacion al pronunciar estas palabras.
Sus ojos se clavaban en el vacio con dureza, cual si quisieran ver
levantarse delante de ella la figura de su padre para pulverizarlo. En
aquel momento hablaba con sinceridad.
Los ojos opacos de D. Carmen, a medida que hablaba, iban brillando con
alegria. Al fin se nublaron de lagrimas, y exclamo:
--iTe creo, hija mia, te creo!... iAh, no sabes el bien que me haces!
Al mismo tiempo se apodero de sus manos y las beso con efusion.
Clementina dio un grito de vergueenza.
--iOh, no, no, mama!... yo soy quien debo....
Y le echo los brazos al cuello con ternura. Quedaron largo rato
abrazadas, llorando silenciosamente. Fue una de las pocas veces en que
Clementina lloro de enternecimiento y no de despecho.
Pero en los dias siguientes, aunque subsistio vivo en ambas el recuerdo
de esta escena tierna, tambien quedo el del motivo que la habia
producido. Clementina sentiase avergonzada al presentarse delante de su
madrastra. Sus atenciones, sus frases de carino eran exageradas unas
veces: queria borrar con ellas el pensamiento que claramente leia en los
ojos de aquella. Otras veces, imaginando que podrian servir para que
sospechase de su sinceridad, las atajaba de golpe y tomaba una actitud
indiferente y fria. De todos modos existia entre ambas una corriente de
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