se
acercaban a ella. La horrible sospecha que a viva fuerza habia penetrado
en su corazon lo llenaba de amargura. Un espiritu bondadoso y amante
como el suyo necesitaba creer en la bondad y en el amor. Al arrancarle
esta ultima creencia sangraba de dolor.
Una tarde se hallaban juntas y solas. La duquesa, inmovil en la butaca,
con la cabeza echada hacia atras, escuchaba a su hijastra leer una
historia devota, la aparicion de la Virgen de la Saleta. Su pensamiento
no estaba en el asunto: tenialo agitado, como siempre, por aquella duda
fatal que acibaraba aun mas que la dolencia corporal sus miseros dias.
Con la mirada fija y zahori del que se acerca a la tumba, atravesaba la
hermosa frente de Clementina inclinada sobre el libro y deletreaba
confusamente alla dentro sin lograr adquirir la certidumbre que ansiaba.
Mas de una vez, al levantar aquella la cabeza, se habia encontrado con
esta mirada opaca y desconsolada: habia bajado prontamente la suya,
acometida de subito malestar. En el alma de la enferma habia nacido un
deseo, un capricho mas bien, vivo y abrasador como los que sienten los
moribundos. Queria que su hijastra le refrescase con alguna palabra
dulce la horrible quemadura que su duda le causaba. Varias veces
temblaron sus labios para formular la pregunta. Una vergueenza invencible
la detenia.
--Deja el libro, hija mia: estaras fatigada--dijo al cabo. Y su voz
salio de la garganta temblorosa como si hubiese pronunciado alguna frase
grave.
--Lo estara usted de oir. Yo no: a Dios gracias, tengo sana la garganta.
--Dios te la conserve, hija mia, Dios te la conserve--repuso la senora
con acento de ternura mirandola fijamente.
Hubo unos instantes de silencio.
--?Sabes lo que me han dicho?--se atrevio a pronunciar despues. Y su
voz salio tan apagada que las ultimas silabas casi no se oyeron.
Clementina, que se disponia a continuar la lectura, levanto la cabeza.
Las pocas gotas de sangre que dona Carmen tenia ya en su arruinado
cuerpo le subieron de golpe al rostro y lo tineron levemente de rojo.
--Me han dicho ... que estabas deseando mi muerte.
A su vez la rica sangre de Clementina acudio atropelladamente a sus
mejillas y las encendio con vivos colores. Ambas se miraron un instante
confusas. La joven exclamo con energia al fin frunciendo la tersa
frente:
--Ya se quien se lo ha dicho a usted.
Y su sangre, al proferir estas palabras, huyo del rostro nuevamente como
una marea de reflujo instanta
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