on calor por el exito lisonjero de sus gestiones. Pero
Osorio y Clementina se metieron en su coche serios, cejijuntos, y no se
hablaron en todo el camino una palabra. Solo al llegar a casa murmuro la
esposa con acento colerico:
--iYa veremos en que para la comedia!
Osorio se encogio de hombros y respondio:
--Yo lo doy por visto.
Ni uno ni otro se equivocaron.
El duque ni les dio una peseta ni volvio a hablarles para nada de la
herencia. Estaba muy carinoso con ellos: les hacia comer muchos dias en
su casa, quejandose de su soledad; hasta les hablaba algunas veces de
los negocios que tenia pendientes; pero nada de liquidar la parte que
les correspondia.
Clementina llego a irritarse tanto que dejo bruscamente de ir a su casa.
Volvieron a mediar cartas. No pudieron sacar mas que respuestas
ambiguas, vagas esperanzas. Al fin se decidieron a entablar la demanda,
y comenzo un pleito que hizo estremecer de gozo a la curia.
Ceso para Clementina toda felicidad. Desde entonces vivio en un estado
de perpetua irritacion, siguiendo con afanoso interes los incidentes del
litigio, apurando al procurador, a los abogados, buscando influencias
que contrarrestasen las poderosas del duque. Este conducia el asunto con
mucha mas calma, lo enredaba con habilidad desesperante, aprovechandose
de la violencia que ella mostraba para hacerla aparecer a los ojos de la
sociedad como ambiciosa y desnaturalizada. Esto no obstaba para que
entre sus intimos soltase de vez en cuando alguna de sus frases burlonas
y cinicas, que al llegar a oidos de ella la hacian estallar de furor. La
lucha se fue haciendo cada dia mas encarnizada. Por otra parte, los
acreedores de Osorio, defraudados en sus esperanzas, empezaban a
revolverse contra el y amenazaban dejarle arruinado. Es facil
representarse la agitacion, la violencia, el malestar que reinarian en
el hotel de la calle de Don Ramon de la Cruz.
De este malestar, y aun puede decirse desdicha, participaba el hasta
entonces afortunado Raimundo. El espiritu y el cuerpo de Clementina,
alterados por el tumulto de otras pasiones, no podian reposarse en las
dulzuras del amor. Los momentos que aquella le concedia eran cada vez
mas cortos y sin sosiego. Se extinguieron las platicas alegres,
bulliciosas, que en otro tiempo mantenian. La hermosa dama ya no gustaba
de embromar a su juvenil amante. No se acordaba siquiera de aquellas
gozosas y pueriles escenas en que se deleitaban, ora haciendo ella de
re
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