tendiesemos ...--murmuro con voz
debil.
--Nada, nada; no hablemos ahora. Cuando tenga humor y tiempo ya me
ocupare de esas cosas.
Hablaba con tal seguridad e indiferencia no exenta de desden, que su
hija tenia que optar entre dar rienda suelta a la lengua, romper con su
padre de un modo violento, o marcharse. Decidiose, despues de un
instante de vacilacion, por esto. Giro sobre los talones, y sin una
palabra de adios salio de la estancia y se metio en el coche, en un
estado de excitacion que hacia temblar todo su cuerpo.
Cuando llego a casa corrio a encerrarse en su habitacion y dio salida al
furor que la embargaba. Lloro, pateo, desgarro sus vestidos, rompio una
porcion de cachivaches. Osorio tambien monto en colera y dijo que iba a
hacer y acontecer. De todo ello no resulto, sin embargo, mas que una
carta en que aquel, con bastante respeto, invitaba a su suegro a que le
manifestase el estado de su hacienda, a fin de dar comienzo a las
primeras operaciones del inventario. Salabert no contesto a esta carta.
Se escribio otra. Tampoco. Dejaron de visitarle. Clementina no queria ir
"por no armar un escandalo". Osorio no se consideraba con fuerza moral
suficiente, dado el estado de sus relaciones matrimoniales, para
reclamar con energia el caudal de su mujer. En tal aprieto hablaron con
algunas personas de respeto amigas del duque, y se las enviaron como
medianeras. Cumplieron estas su cometido: hablaron con el viejo, y
despues de varias entrevistas se resolvieron a provocar una reunion
amistosa a fin de que el asunto no fuese a los tribunales. Efectuose
esta, despues de alguna resistencia por parte de Clementina, en el
palacio de su padre. Asistieron a ella, a mas de las partes interesadas,
el padre Ortega, el conde de Cotorraso, Calderon y Jimenez Arbos. Este
ultimo (que habia dejado de ser ministro y estaba en la oposicion) dio
comienzo a la sesion espetandoles un discurso "de tonos conciliadores"
excitandoles a la concordia para que no diesen al publico el espectaculo
de una disputa entre padre e hija por cuestiones de dinero, espectaculo
que, dada su altisima posicion en el mundo, no podia menos de ser
repugnante. Siguiole en el uso de la palabra el padre Ortega, que con el
acento persuasivo y untuoso que le caracterizaba, despues de darles, lo
mismo al duque que a sus hijos un buen jabon de elogios disparatados
para ponerlos suaves, apelo a sus sentimientos cristianos, les hizo
presente el mal ejemplo que darian
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