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os ojos! --iLa muerte!--exclamo el minero que habia hablado. --No, senor duque--dijo el director--. Si no echan los taquetes nos hubieramos banado hasta la cintura. --?Nada mas? --?Le parece a usted poco meternos en agua sucia? --Hombre, no era plato de gusto; pero al verle a usted tan agitado y furioso, todos creimos en un peligro de muerte, ?verdad, senoras? Las damas se deshacian en exclamaciones, llorando unas, riendo otras. Se prodigaron cuidados a dos que se habian desmayado, refrescandoles las sienes con agua y haciendoles aspirar el frasco de sales de la condesa de Cotorraso. Volvieron por fin al sentido. Las demas se fueron calmando felicitandose con alegria de haber escapado de aquel espantoso peligro, pues no se resignaban a no haberlo pasado. Todas se proponian conmover a sus amigas de Madrid con el relato de tan horrible aventura. Creianse ya heroinas de una novela de Julio Verne. El espectaculo que se ofrecio a su vista cuando tuvieron ojos para contemplarlo era grandioso y fantastico. Inmensas galerias embovedadas cruzandose en todas direcciones e iluminadas solamente por la palida luz de algunos candiles colgados a largos trechos. Y por aquellas galerias discurriendo con trafago incesante una muchedumbre de obreros, cuyas gigantescas siluetas alla a lo lejos temblaban a la vacilante y tenue luz que reinaba. Oianse sus gritos unidos al chirrido de las carretillas: parecian presa de un vertigo, como si tuvieran que cumplir su labor misteriosa en plazo brevisimo. Las paredes de algunas galerias, tapizadas con los cristales del mercurio, que en muchos puntos se presentaba nativo, brillaban cual si fuesen de plata. Escuchabanse detras de aquellas paredes golpes sordos, acompasados. Por ciertas aberturas que de trecho en trecho tenian, caminando algunos pasos en la oscuridad, veiase al fin una cueva iluminada, donde cuatro o seis hombres desgrenados y palidos agujereaban el mineral con barrenos. A poco que se reposasen, observabase en sus miembros el temblor caracteristico del mercurio. Creiase uno transportado al hogar mismo de los gnomos, al centro de sus trabajos profundos y misteriosos. El hombre roia aquella tierra con esfuerzo incesante como un topo, llenandola de agujeros. Pero al morderla se envenenaba. Sin ayuda de gato, los dioses se desembarazaban perfectamente del raton humano. Lola Madariaga dio un grito penetrante que hizo volver la cabeza a todos. Luego solto una carcajada. U
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