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piritu charlando de cosas indiferentes. Mas no lo lograban. La idea de tener encima tanta tierra pesaba sobre su pensamiento y lo turbaba. Con algunos hombres pasaba lo mismo. Otros estaban perfectamente serenos. Entre estos, el que menos pensaba en su situacion corporal era, sin duda, Raimundo, absorto por completo en la que ocupaba moralmente. Clementina, a despecho de su amor y de sus promesas, no dejaba de coquetear con Escosura. Estaban sentados en dos sillas contiguas, frente al asiento que el ocupaba. Veialos charlar animadamente, reir a cada momento: veiale a el rendido, obsequioso, prodigandola mil atenciones galantes; a ella complacida, risuena, aceptando con gratitud sus finezas. Y aunque de vez en cuando le clavaba una larga mirada amorosa para indemnizarle, Raimundo la consideraba como una limosna, el mendrugo que se arroja a un pobre para que no se muera de hambre. iQue le importaba a el en aquel instante hallarse en la superficie o en el centro de la tierra, ni aun que esta se hundiese y le aplastase como un insecto! Otro que tampoco se preocupaba poco ni mucho con la situacion geografica era Ramoncito, aunque por contrario modo. Esperancita estaba con el amabilisima, tal vez porque creyera con ello guardar mejor la ausencia a su prometido Pepe Castro. El concejal, ebrio, loco de alegria, no se apartaba de ella ni un milimetro mas de lo que exige la decencia. _Pio, feliz, triunfador_, dirigia de vez en cuando al concurso vagas miradas de piedad y condescendencia. Y cuando sus ojos tropezaban con la faz rentistica de Calderon, se enternecia visiblemente y le costaba ya trabajo no llamarle papa. A medida que el almuerzo avanzaba, la tierra pesaba menos sobre ellos. Los ricos vinos enardecian su sangre, la charla los animaba. Todo el mundo se olvidaba de la mina, creyendose, como otras veces, en algun comedor aristocratico. Rafael Alcantara se divertia en emborrachar a Penalver. Animado por la risa de sus companeros, que le contemplaban, hacia lo posible por burlarse del filosofo, tuteandole en voz alta, guinando el ojo a sus amigos cada vez que proferia una cuchufleta, abusando, en fin, groseramente del caracter benevolo y la inocencia del insigne pensador. Era el encargado de vengar a todos aquellos ilustres _culoteadores_ de pipas, de las altas dotes intelectuales que toda Espana reconocia en Penalver. Al llegar los postres levantose a brindar Escosura. A este le respetaban algo mas los salvajes por
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