ir a ver el hospital. Algunos mostraron
repugnancia; pero Lola Madariaga, que no perdia ocasion de exhibir sus
sentimientos beneficos, rompio la marcha y la siguieron la mayor parte
de las senoras y algunos caballeros. Otros se quedaron. El duque
prescindio por un rato de sus convidados, escuchando atentamente a los
ingenieros, que le iban apuntando lo que pensaban acerca del negocio.
El hospital de mineros estaba fuera de los cercos, muy proximo al
cementerio, sin duda para que los enfermos se fuesen acostumbrando a la
idea de la muerte y tambien para que si no fuesen poderosos a matarles
los vapores mercuriales, les secundasen en la tarea las dulces
emanaciones cadavericas. Era un caseron viejo, agrietado, humedo y
sombrio. Las damas no retrocedieron, al poner las delicadas plantas en
el, de vergueenza. El medico, que se habia encargado de demostrarlo, las
introdujo en las salas, y puso ante su vista el cuadro espantoso de la
miseria humana. La mayor parte de los infelices enfermos estaban
vestidos y sentados, unos sobre las camas, otros en sillas. Sus rostros
cadavericos, desencajados, daban miedo: su cuerpo se estremecia con
incesante temblor, cual si estuviesen acometidos de terror panico. En
los semblantes de las damas, sonrosados y frescos, se dibujo el miedo y
la angustia. El medico sonrio de aquel modo extrano que lo hacia,
mirandolas con sus grandes ojos negros, insolentes.
--No es un cuadro muy agradable, ?verdad?--les dijo.
--iPobrecillos!--exclamaron varias--. ?Son todos mineros?
--Si, senoras; la atmosfera viciada por vapores mercuriales, la
insuficiencia del aire respirable engendra fatalmente, no solo los
temblores, el hidrargirismo cronico o agudo, que es lo que mas les
llamara a ustedes la atencion, sino tambien los catarros pulmonares
cronicos, la disenteria, la tuberculosis, la estomatitis mercurial y
otra porcion de enfermedades que concluyen con la existencia del obrero
o le dejan inutil para el trabajo a los pocos anos de bajar a la mina.
--iPobrecillos! ipobrecillos!--repetian las damas pasando revista con
sus ojos aterrados a aquellas fisonomias tristes y demacradas que se
volvian hacia ellas sin expresion alguna, ni siquiera de curiosidad.
--?Y no habria medio de remediar estos efectos tan
desastrosos?--pregunto Clementina con arranque.
--De remediarlos en absoluto, no; pero de aliviarlos bastante,
si--repuso el joven clavando en ella su mirada penetrante--. Si los
mineros trabaj
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