idas de ciencia. Es hora de
almorzar.
El gran atractivo de la excursion, el que habia arrancado a casi toda
aquella gente de sus palacios para trasladarla a region tan aspera y
triste, era un proyectado almuerzo en el fondo de la mina. Cuando
Clementina lo anuncio a los tertulios en uno de sus tresillos, hubo una
verdadera explosion de entusiasmo--. "iQue cosa tan original!... iQue
extrano!... iQue hermoso!" Las damas, sobre todo, mostraban deseo tan
vivo, que bien parecia antojo. A una indicacion del duque, todas se
proveyeron de magnificos impermeables y botinas altas, pues la mina
destilaba agua por muchos sitios y formaba charcos. Sin embargo, la
noche anterior, ante la proximidad del suceso, muchas, atemorizadas,
habian desistido. El duque se vio precisado a dar ordenes para que se
sirviese el almuerzo en la direccion y en la mina. Las valientes que
persistian en bajar, no pasaban de ocho o diez.
Toda la comitiva se dirigio a una de las bocas de la mina llamada "Pozo
de San Jenaro". Cerca de este pozo hay un edificio destinado a la
inspeccion y al peso, donde las damas y los caballeros cambiaron de
calzado y se pusieron los impermeables. Al verlos de aquel modo
ataviados, un estremecimiento de anhelo y de entusiasmo corrio por el
resto de los excursionistas. Acometidas subito de una rafaga de valor,
casi todas las damas declararon que estaban dispuestas a bajar con sus
companeras. Fue necesario enviar inmediatamente a Villalegre por los
impermeables.
La jaula, movida por vapor, estaba preparada para recibir a los ilustres
expedicionarios. Constaba de dos pisos, en cada uno de los cuales cabian
ocho personas en pie. Se la habia tapizado con franela y se le habian
anadido algunas argollas de bronce para sujetarse. Acomodaronse en ella
el director, el duque y las damas valientes que no habian vacilado
nunca, para bajar los primeros. Diose orden al maquinista para que el
descenso fuese lento. La jaula se estremecio subiendo y bajando algunos
centimetros con rapidez. De pronto se sumergio de golpe en el agujero.
Las senoras ahogaron un grito y quedaron mudas y palidas. Las paredes
del agujero eran sombrias, desiguales y destilaban agua. En cada
departamento de la jaula un minero sujetaba, con su mano tremula de
modorro, una lampara. Todos, menos el director y los mineros avezados a
subir y bajar, sentian cierta ansiedad en el estomago. Un vago terror
les imposibilitaba de hablar y les crispaba las manos con que se
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