s tres de la tarde, poco mas o menos, se
dirigio a casa de su tia la marquesa de Alcudia, sita en la calle de San
Mateo. Esta severisima senora era muy celosa de la religion como ya
sabemos. Lo mismo de su alcurnia, por no decir mas. Castro era sobrino
segundo de ella, y aunque con su vida de calavera la habia disgustado
bastante, siempre le habia tratado con mucho afecto procurando atraerle
al buen camino. Para la marquesa, los timbres nobiliarios imprimian
caracter como el sacramento del orden. Por mas vilezas que un hombre
hiciese, siempre era un noble, como un sacerdote es siempre un
sacerdote. En esta devota senora penso Castro para que le secundase en
su empresa. Su instinto (que era mucho mas admirable que su
inteligencia) le dijo que si la marquesa se encargase de casarle con la
nina de Calderon lo conseguiria seguramente. Era grande el prestigio que
tenia en la sociedad aristocratica: mayor aun entre los que estaban
agregados a ella por razon del dinero, como Calderon.
El palacio de Alcudia era una fabrica sombria levantada a principios del
siglo pasado. Un piso bajo con grandes ventanas enrejadas, otro piso
alto, y nada mas; pero la casa ocupaba un perimetro inmenso y detras
tenia un vasto jardin bastante descuidado. El portal era chato y poco
decoroso: la escalera de piedra toscamente labrada y gastada por el uso.
El difunto marques estaba pensando en una reforma cuando lo arrebato la
muerte. Su viuda abandono este proyecto, no tanto por avaricia, como por
el horror que le inspiraban toda clase de reformas aunque fuesen de cal
y canto. Por dentro, la mansion era suntuosa: los muebles antiguos y
riquisimos. Tapices de gran valor vestian las paredes, cuadros de los
mejores pintores antiguos adornaban las de algunas piezas, como el
despacho y el oratorio. Este era una maravilla de lujo. Ocupaba un
rincon de la planta baja, pero su techo era el del principal: tan
elevado por consiguiente como el de una iglesia. Tenia grandes ventanas
con cristales de colores como las catedrales goticas: estaba alfombrado
como un salon de baile; habia una pequena tribuna con su organo: el
altar era primoroso, de gusto frances, y en medio se veia un magnifico
_Ecce-Homo_ de Morales. Era, en fin, una estancia agradable y elegante,
calentada por una gran estufa subterranea.
En el salon de familia estaban solas las chicas con la labor entre las
manos. La marquesa, segun le dijeron, estaba en el despacho ocupada en
escribir cartas.
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