unto negro en
aquella deliciosa velada. Al aproximarse a la verja vislumbraban a la
muchedumbre de obreros, mujeres y ninos que habian acudido de Riosa al
ruido de la fiesta. Eran los mismos rostros palidos, los ojos tristes,
sonreir, que les habian saeteado al entrar. Asi que, procuraban no
llegar hasta las lindes, mantenerse en los caminos y glorietas del
centro. Solo Lola Madariaga, que se enorgullecia de ser muy caritativa y
era presidenta, secretaria y tesorera de tres sociedades de
beneficencia, respectivamente, fue la unica que se aventuro a hablar con
ellos y aun esparcio algunas monedas de plata. Pero de la oscuridad
partieron al cabo frases obscenas, algunos insultos que la obligaron a
retirarse. El conde de Cotorraso monto en colera al saberlo:
--iY piden libertades y derechos para estos beduinos! Que los hagan
honrados, agradecidos, decentes ... y luego hablaremos.
Por la misma ley de afinidad electiva de que hemos hablado mas arriba,
Raimundo se encontro paseando con un personaje que se despegaba un poco
del resto de aquella sociedad. Era un caballero de cincuenta a sesenta
anos, bajo, delgado, con bigote y perilla canosos, ojos saltones y
distraidos, resguardados por gafas. Llamabase D. Juan Penalver. Era
catedratico de Filosofia en la Universidad y habia sido ministro. Gozaba
fama de sabio, con justicia, y de una respetabilidad que pocos habian
alcanzado en Espana. Por esta razon los jovenes salvajes le miraban con
hostilidad y afectaban tratarle con cierta familiaridad desdenosa. Es
evidente que no hay nada que moleste tanto a los salvajes como la
Filosofia. Luego la superioridad intelectual, la gloria que rodeaba a
Penalver heria su orgullo. El no advertia este desden. Tenia un caracter
jovial, afectuoso, y sobre todo muy distraido. Era incapaz de fijarse en
los diversos matices del trato social, que apenas cultivaba desde que
se habia retirado de la politica para consagrarse exclusivamente a la
ciencia. Habia formado parte de aquella excursion por complacer a su
cunado Escosura, que poseia un numero considerable de acciones en la
mina. Ultimamente se habia consagrado con ardor al estudio de las
ciencias naturales, de donde partian los tiros mas certeros contra la
metafisica idealista a que el habia consagrado su vida. Al tropezarse
casualmente con un joven tan entendido en ellas como Raimundo, sintio un
verdadero placer. Aquella sociedad le aburria espantosamente. Tomole del
brazo, y sin reparar en
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