el
brazo, le miro a la cara con fijeza, segura de encontrar lagrimas en sus
ojos. En efecto, Raimundo lloraba silenciosamente. Al verse sorprendido
sonrio avergonzado.
iSiempre tan chiquillo!--exclamo ella riendo y dandole un carinoso
tironcito--. Razon tiene Pepa en decir que pareces una colegiala del
Sagrado Corazon. Vamos a pasear, que pueden fijarse en ti.
Dieron una vuelta por las calles mas solitarias del jardin. Desde uno de
los rincones se veia un trozo de paisaje bastante singular. La luna
iluminaba de lleno la cresteria de la colina mas proxima, la que
separaba a Villalegre de Riosa y la hacia aparecer como las ruinas de un
castillo. Clementina quiso cerciorarse de la verdad. Salieron por una de
las puertas de atras, despejadas de gente, y se aproximaron lentamente a
la colina. Esta en la cumbre se hallaba desnuda de vegetacion, erizada
en cambio de pedruscos de formas caprichosas que le daban aspecto de un
monton de ruinas. Necesitabase estar muy cerca de ella para no
equivocarse. Cuando la dama hubo satisfecho su capricho, dieron la
vuelta al parque para entrar por la puerta contraria. Por aquella parte
ya se veian algunos grupos de personas. Antes de llegar a la verja, en
un rincon del camino oscurecido por la sombra de algunos arboles, los
pies de Clementina tropezaron con un objeto que por poco la hace caer.
Dio un grito: se le figuro que el obstaculo era el de un cuerpo humano.
Raimundo saco un fosforo, y en efecto, reconocieron que era un chico de
diez a doce anos el que alli estaba tirado. Pusieronle en pie. El
muchacho abrio los ojos y les miro con espanto. Luego, como por subita
inspiracion, se apodero del baston que Alcazar traia en la mano y
comenzo a moverlo cadenciosamente a un lado y a otro como si desempenase
una tarea dificil. Clementina y su amante le contemplaban llenos de
asombro sin poder darse cuenta de lo que aquello significaba. Algunos
obreros se acercaron. Uno solto la carcajada exclamando:
--iSi es uno de los chicos de la bomba! iDale, dale, nino, que esta
duro!
Los otros tambien soltaron a reir brutalmente y comenzaron a animar al
pobrecito sonambulo.
--iDuro, duro!... iAnda con ello!... iMas fuerte, chico, que no sube el
agua!
El desdichado nino, con las voces, redoblaba sus esfuerzos imaginarios
moviendose cada vez con mayor velocidad. Era una criatura enteca, de
rostro palido: con el sueno estaba desencajado. Sus cabellos negros
revueltos, erizados, le daban aspect
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