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si le molestaba o no, se puso a charlar animadamente de Fisiologia. Raimundo se hallaba en un momento de tristeza y desmayo. Hacia tiempo que observaba que Escosura tenia proyectos amorosos respecto a Clementina. La festejaba con todo descaro donde quiera que la veia, afectando desconocer sus relaciones, sin reparar siquiera en el. Este Escosura era fisica y moralmente lo contrario de su cunado Penalver. Alto y corpulento, de pecho levantado y facciones pronunciadas, rico, hombre de cuenta en la politica, orador fogoso, de una voz tan sonora y descomunal que, segun sus enemigos, a ella debia la mayor parte de sus exitos parlamentarios. Tendria unos cuarenta anos. No habia sido aun ministro, pero se contaba que lo fuese en plazo muy breve. Clementina habia rechazado repetidas veces sus instancias. Raimundo lo sabia y estaba orgulloso de este triunfo. Sin embargo, no podia arrancar de si cierta inquietud cada vez que le veia hablando con ella como en este momento. Estaban sentados, en una de las glorietas con otras varias personas y charlaban animadamente aparte. Cada vez que pasaba por delante de ellos con Penalver, su corazon se encogia: apenas entendia ni escuchaba siquiera las sabias disquisiciones que su ilustre companero le iba vertiendo en el oido. Clementina comprendio por sus miradas angustiosas lo que estaba sufriendo, y despues de aguardar malignamente un rato (que en esto todas son iguales), se levanto al cabo y vino hacia ellos sonriente: --?Que conspiran los sabios? --Hagamelo usted bueno--respondio con sonrisa modesta el joven--. Aqui no hay mas sabio que el senor. --Pues el senor se va a poner catedra a la condesa de Cotorraso, que desea hablar con el, y usted se viene conmigo a ver una catedral gotica que el pirotecnico va a quemar ahora mismo--dijo colgandose con desenfado del brazo de su amante. Alcazar se sintio feliz. No quiso informarla de la pena que habia sentido hacia un momento, porque otras veces que lo hizo padecio doblemente: Clementina le respondia en un tono ligero y burlon que le heria en lo vivo del pecho. Contemplaron la maravillosa catedral de fuego hasta que se extinguio. La dulce presion del brazo de la hermosa, aquel suave perfume, siempre el mismo, que exhalaba de su gentil persona, enajenaban al joven entomologo, ya predispuesto a enternecerse por la prueba de carino que su amada acababa de darle. Esta, que le conocia perfectamente, al sentir que le oprimia con mas fuerza
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