istencia planetaria.
Cuando Cobo hubo realizado varios de aquellos viajes de un coche a otro,
que no dejaban de ser peligrosos por la velocidad del tren, Lola
Madariaga, fijando una mirada burlona, primero en Clementina, luego en
Alcazar, dijo a este:
--Alcazar, ?se atreve usted a ir a pedir a la condesa de Cotorraso su
frasco de sales? Me siento un poco mareada.
Raimundo era, como ya sabemos, un chico debil, que no habia tenido la
educacion gimnastica de los jovenes aristocratas, sus amigos. Aquel
viajecito por el estribo, con la marcha rapidisima del tren, que para
ellos era cosa baladi, para el, que sentia vertigos al atravesar un
puente o subir a una torre, era realmente peligrosisimo. Asi lo
comprendio y vacilo un instante, pero la honrilla le hizo responder:
--Voy al momento, senora.
Y se dispuso a dar cumplimiento al encargo. Pero Clementina, que habia
fruncido el entrecejo al oir la exigencia de su amiga, le detuvo
exclamando con energia:
--iNo vaya usted, Alcazar! Ya se lo encargaremos a Cobo cuando vuelva.
El joven vacilo todavia con la mano en la portezuela; pero Clementina
repitio aun con mas fuerza, y ruborizandose:
--No vaya usted. No vaya usted.
Raimundo manifesto sonriendo a Lola:
--Perdone usted, senora. Hoy no puedo ser lacayo sino de Clementina.
Otro dia tendre el honor de serlo de usted.
Ni la carcajada de Lola, ni la sonrisa burlona de las otras damas
consiguieron extinguir la emocion gratisima que el vivo interes de su
amada le hizo experimentar.
Ramoncito Maldonado se hallaba en el otro coche acompanando a
Esperancita, a su madre y a otras damas y damiselas a quienes tenia el
decidido proposito de encantar con su platica. Les contaba, esforzandose
en dar a su palabra un giro parlamentario, ciertos curiosos incidentes
de las ultimas sesiones del Ayuntamiento. Manejaba ya perfectamente
todos los lugares comunes de la oratoria municipal y conocia hasta lo
mas profundo el tecnicismo reglamentario. Hablaba de _orden del dia,
votos de confianza, particulares, nominales, secretos, proposiciones
incidentales, previas, y de no ha lugar a deliberar, interpelaciones,
preguntas_, etc., etc., como si fuese el inventor de este aparato
maravilloso del ingenio humano. Conocia ya las Ordenanzas municipales
como si las hubiese parido. Trataba las cuestiones de aforos, rasantes,
alcantarillado, decomisos, etc., etc., que daba gloria oirle.
Finalmente, como hombre desmedidamente ambicioso q
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