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de las minas, notable contraste. Riega sus terrenos un riachuelo y lo
fecunda y lo convierte en ameno jardin, donde crecen en abundancia los
lirios silvestres, el jazmin y el heliotropo y sobre todo las rosas de
Alejandria, que han tomado alli carta de naturaleza como en ninguna otra
region de Espana. Los aromas penetrantes del tomillo y del hinojo
embalsaman y purifican el ambiente. Lo mejor y mas florido de estos
terrenos pertenecia a la Compania. Separada de la aldea como unos
trescientos pasos y en el centro de un parque se levanta soberbia
fabrica de piedra. Es la habitacion del director y el centro
administrativo de las minas. No lejos, diseminados a uno y otro lado,
hay unos cuantos pabelloncitos con su jardin enverjado. Moran alli
algunos empleados de la administracion y algunos facultativos, aunque
los mas de estos tienen su domicilio en Riosa.
Villalegre no tiene estacion. El tren se detuvo cerca de la carretera
que va a la capital de la provincia. Alli les esperaban algunos coches
que los condujeron en diez minutos al palacio de la Direccion. A la
puerta del parque y en las inmediaciones habia una muchedumbre que
saludo a la comitiva con vivas apagados. Eran los obreros, los que no
estaban de tarea, a quienes el director habia hecho venir desde Riosa
con tal objeto. Todos ellos tenian la tez palida, terrosa, los ojos
mortecinos: en sus movimientos podia observarse, aun sin aproximarse
mucho, cierta indecision que de cerca se convertia en temblor. La
brillante comitiva llego a tocar aquella legion de fantasmas (porque
tales parecian a la luz moribunda de la tarde). Los ojos de las hermosas
y de los elegantes se encontraron con los de los mineros, y si hemos de
ser veridicos, diremos que de aquel choque no broto una chispa de
simpatia. Detras de la sonrisa forzada y triste de los trabajadores, un
hombre observador podia leer bien claro la hostilidad. El cortejo de
Salabert atraveso en silencio por medio de ellos, con visible malestar,
los rostros serios, y con cierta expresion de temor. Las damas se
apretaron instintivamente contra los caballeros. Al entrar en el parque
murmuraron algunas: "iDios mio, que caras!" Ellos respiraron con
satisfaccion al verse libres de aquellas miradas profundas y
misteriosas. Solo Rafael Alcantara se atrevio a responder con una
chanzoneta:
--Verdad. El pueblo soberano no anda por aqui muy bien de fisonomia.
El director presento a Salabert los empleados. Los facultativos er
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