cho y entraron en el salon,
donde ya habia algunas personas de fuera. Durante la Cuaresma la
marquesa de Alcudia recibia a sus amigos en las tardes de los viernes,
dedicandose con ellos a la oracion y a las practicas religiosas. Estaban
alli ya la marquesa de Ujo y su hija, siempre con las sayas a media
pierna, el general Patino, Lola Madariaga y su marido, Clementina
Salabert con su dama de compania Pascuala y otras varias personas, entre
ellas el padre Ortega. Como en realidad a el le correspondian los
honores de la tarde y era el director de la fiesta, todos le rodeaban
formando grupo en medio del salon. Pero todos hablaban en voz mas alta
que el. La palabra del ilustrado escolapio era siempre suave, apagada,
como si jamas saliese de la sala de un enfermo. Cuando el hablaba, sin
embargo, estableciase el silencio en el grupo, se le escuchaba con
placer y veneracion. La marquesa, al acercarse, le beso la mano
rendidamente y le pregunto con interes por el catarro que hacia dias
padecia.
--?Pero esta usted acatarrado, padre?--preguntaron a la vez muchas
senoras.
--Un poquito nada mas--respondio el sacerdote sonriendo dulcemente.
--Un poquito, no; bastante. Ayer no cesaba usted de toser en San
Jose--dijo la marquesa.
Y se puso a dar cuenta de la dolencia del padre con solicitud y
minuciosidad, no omitiendo ningun pormenor que pudiese contribuir a
esclarecer tan importante punto. El clerigo sonreia, con los ojos en el
suelo, diciendo en voz baja:
--No la hagan ustedes caso. La senora marquesa es muy aprensiva. Veran
ustedes como resulto en ultimo grado de tisis.
--Padre, hay que cuidarse ... hay que cuidarse.... Usted trabaja
demasiado.... Por el bien mismo de la religion debe usted cuidarse.
Todos se apresuraban a aconsejarle con afectuoso interes. Una senorita
de treinta y siete anos, muy correosa y espiritada, que se confesaba con
el, llego a decir entre burlas y veras:
--Padre, ique seria de mi si usted se muriese!
Lo cual hizo reir a los circunstantes y parecio molestar un poco al
correcto sacerdote. La marquesa quiso prohibirle que pronunciase aquella
tarde la platica de costumbre; pero el se nego rotundamente a ello.
En esto fueron entrando otras muchas personas en el salon. Llegaron
Mariana Calderon y su hija Esperanza, los condes de Cotorraso, Pepa
Frias y su hija Irene. Esta ultima traia el semblante palido y ojeroso:
como que salia de la cama donde habia estado algunos dias retenida por
un
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