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e organizo en el medio del salon. Cobo dividio a los caballeros en dos cuadrillas, que tiraron alternativamente flechas con unos primorosos arcos dorados a la sortija suspendida por una cinta del techo. Los vencedores tenian derecho a bailar con las damas de los vencidos, mientras estos los habian de seguir dandoles aire con el abanico. Organizose despues otro juego de cintas para las damas. La vencedora salio un momento del salon y aparecio en seguida en un magnifico carro tirado por cuatro lacayos vestidos de esclavos negros: dio asi una vuelta rodeada de todas las demas, al compas de una marcha triunfal. Estas y otras invenciones no menos famosas, dejaron para siempre sentada sobre bases solidas la fama del hijo de los marqueses de Casa-Ramirez. Terminado el cotillon, comenzo el desfile de la gente. Fue una retirada estrepitosa. Toda aquella muchedumbre se agolpo en el vestibulo y en la escalinata, charlando en voz alta, riendo, gritando alguna vez en demanda del coche. El vasto jardin, iluminado por algunos focos de luz electrica, ofrecia un aspecto fantastico, inverosimil, como los paisajes de los cosmoramas de feria. Aquellas luces blancas, intensas, hacian aun mas negro y profundo el follaje, borraban los linderos del parque extendiendolo desmesuradamente. La noche era despejada. En el oriente azuleaba ya la aurora. Hacia un frio intenso. Envueltos en sus gabanes de pieles, los jovenes salvajes quemaban los ultimos cartuchos de su ingenio en honor de las hermosas damas que tenian cerca. Los costosos y pintorescos abrigos de estas chillaban debajo de las bombillas electricas. Los caballos piafaban, los lacayos gritaban, y los coches, al acercarse lentamente a la escalinata, hacian crujir la arena de los caminos. Sonaban golpes de portezuelas, ruido de besos, voces de despedida. La rueda de los coches, al pasar por delante de la gran escalinata, iba arrebatando poco a poco a los que alli estaban para dispersarlos por todo Madrid en busca de reposo. Pepe Castro se habia colocado al lado de Esperancita y la hablaba dulcemente al oido. La nina, embozada hasta los ojos, sonreia sin mirarle. Cuando su coche llego al fin, se estrecharon las manos largamente. --Supongo que no nos tendra tanto tiempo olvidados como hasta ahora; que ira por casa mas a menudo--dijo ella teniendo aun su mano entre las del gallardo salvaje. --?Usted quiere de verdad que vaya a menudo por su casa?--dijo mirandola fijamente como un magn
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