o que su amigo le
exhibia. Absorto en la tarea de atusarse el bigote con un cepillito de
barba, repuso en tono distraido:
--?Y que dice la Amparo?
El marques le miro sorprendido de la poca importancia que daba a aquella
preciosa misiva.
--?Quieres que te la lea?
--Si no es muy larga....
Manolo la desdoblo con el mismo cuidado y respeto que si fuese un
autografo de Santa Teresa de Jesus y leyo con voz conmovida:
"Mi queridisimo Manolo: Hazme el favor de mandarme por el dador dos mil
pesetas que necesito con urgencia. Si ahora no las tienes, no dejes de
traermelas esta tarde a casa. Tuya de corazon siempre:
"AMPARO."
--iSopla! iQue voracidad la de esa chica! ?No tiene bastante con el
bolsillo de Salabert? Supongo que no se las habras mandado.
--No.
--Has hecho bien.
--Es que no las tenia. Precisamente para ver si tu puedes facilitarmelas
es para lo que he venido.
Castro se volvio hacia el y le contemplo unos momentos entre irritado y
sorprendido. Tornando luego la vista al espejo, dijo con calma
despreciativa:
--Querido Manolo; eres un melon de gran tamano. Estoy seguro de que si
heredases ahora a tu tia, entregarias la herencia a la Amparito para que
la engullese como ha hecho con la de tus papas.
Manolo se enfurecio al oir esto. Defendio con energia a su ex querida.
No era ella, no, quien le habia arruinado, sino los tunos de los
mayordomos. Amparo era una chica de excelentes condiciones para ama de
casa, un portento de arreglo domestico: al mismo tiempo generosa, capaz
de acomodarse a cualquier vida por el carino, etc., etc.
El maniaco marques se expreso con calor y elocuencia haciendo el
panegirico de su adorada.
--?Sabes donde esta el mal de todo?--dijo sordamente despues de larga
pausa--. En que mi familia me privo, sin razon, de casarme con ella.
iQue obstinacion tan estupida! Se empenaban en que yo estaba
perdidamente enamorado de esa mujer. iQue habia de estar enamorado!...
Lo que yo queria era dar una madre a mis hijos, ?sabes? Nada mas que
eso. Ellos hubieran sido felices y yo tambien.
Pepe Castro se volvio estupefacto. Por las palidas mejillas del marques
rodaban algunas lagrimas de enternecimiento. Hizo un mohin de lastima y
siguio arreglandose los bigotes. Al cabo de unos momentos de silencio,
dijo:
--Dispensa, chico. No tengo esas dos mil pesetas; pero aunque las
tuviera puedes estar seguro de que me guardaria de dartelas si las ibas
a emplear como dices.
El ma
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