ion le habia
desequilibrado y aturdido.
No solo hizo esto sino otra cosa peor, si cabe. Su curador, al enterarse
de sus gastos excesivos y de la vida que llevaba, s presento un dia en
su casa, encerrose con el en el despacho y le interpelo bruscamente:
--Vamos a cuentas, Raimundo. Por lo que me han dicho y por lo que veo,
estas haciendo unos gastos que de ningun modo puedes sostener con tu
renta. El caso es grave. Yo, como curador, necesito saber de donde sale
ese dinero, no solo por ti, sino principalmente por tu hermana....
Experimento una violenta emocion. Se puso palido y balbucio algunas
palabras ininteligibles. Luego, viendose apurado, comprendiendo
rapidamente que de aquella entrevista dependia su salvacion, esto es, la
salvacion de su amor, no tuvo inconveniente en mentir descaradamente.
--Tio, es cierto que hago gastos considerables, muy superiores a los que
podria hacer con mi renta.... Pero nada tiene que ver en ellos el
capital que herede de mis padres.
--?Entonces?...
--Entonces--... dijo bajando la voz y como si le costase trabajo
hablar--, entonces ... yo no puedo decirle a usted el origen de este
dinero, tio.... Es una cuestion de honor.
El curador quedo estupefacto.
--?De honor?... No se lo que quieres decir; pero mira, chico, yo no
puedo quedar conforme.... Mi posicion es delicada. Si no velo como debo
sobre vuestros intereses, manana se me puede pegar al bolsillo y no
tiene gracia.
Raimundo guardo silencio unos momentos. Al fin, vacilando y tropezando
mucho, dijo:
--Puesto que es necesario decirlo todo, lo dire.... Usted habra oido
hablar quiza de mis relaciones con una senora....
--Si, algo he oido de que haces el amor a la hija de Salabert.
--Pues ya tiene usted explicado el misterio ...--dijo poniendose
fuertemente colorado.
--?De modo que esa senora?...--replico el tio haciendo resbalar la yema
del dedo pulgar sobre la del indice.
Raimundo bajo la cabeza y no dijo nada, o, mas exactamente, lo dijo todo
con su silencio. El, que habia rechazado con indignacion y tristeza los
billetes de Banco de su querida, confesabase ahora culpable, sin serlo,
de tal indignidad, bajo la influencia del miedo.
Su tio era un hombre vulgar, un almacenista de la calle del Carmen. La
confesion de su sobrino, lejos de sublevarle, le hizo gracia.
--iBien, hombre!... Me alegro de que hayas salido del cascaron y sepas
lo que es el mundo. iAh, tunante, que callado te lo tenias!
Pero com
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