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odos los pueblos de la tierra mandaron su representacion al baile de Requena. Moras, judias, chinas, damas godas, venecianas, griegas, romanas, de Luis XIV, del Imperio, etc., etc.; reinas, esclavas, ninfas, gitanas, amazonas, sibilas, chulas, vestales, paseaban amigablemente del brazo o formaban grupos charlando y riendo entre caballeros del siglo pasado, soldados de los tercios de Flandes, pajes y nigromanticos. La mayoria de los hombres, no obstante, habia limitado el disfraz a la talma veneciana. La orquesta habia tocado ya dos o tres valses y rigodones; pero nadie bailaba. Se esperaba la llegada de las personas reales para dar comienzo. Raimundo se deslizaba por todos los salones con cierta seguridad de favorito. Hablaba con los conocidos, sonriendo a todo el mundo con su especial modestia, que le hacia mas extrano que simpatico en una sociedad donde los modales frios y levemente desdenosos son signo de elevacion y grandeza. Vivia el joven entomologo, desde hacia tiempo, en un delicioso aturdimiento, una especie de sueno de oro, como algunas veces suelen tenerlos las personas de condicion mas humilde. Su atavio de paje de los Reyes Catolicos le sentaba muy bien. Mas de una linda joven volvio la cabeza para contemplarle. De vez en cuando se acercaba al sitio donde Clementina se hallaba cumpliendo sus deberes, y sin dirigirle la palabra cambiaban algunas miradas y sonrisas amorosas. Una de las veces, al tiempo que lo hacian, se aproximo a la dama Pepe Castro, disfrazado de caballero de la corte de Carlos I. --?Que es eso?--le dijo al oido--. ?No te has cansado aun de tu _bambino_? Cuando se encontraban solos. Pepe se autorizaba el tutearla y Clementina lo admitia. --Yo no me canso de lo bueno--repuso ella sonriendo. --Muchas gracias--replico el ironicamente. --No hay de que. ?Por que me buscas la lengua? --Porque me gusta. Ya lo sabes. La dama alzo los hombros, hizo un mohin de desden, y pugnando por no reir se dirigio a la condesa de Cotorraso que en aquel instante pasaba cerca. Raimundo los habia contemplado mientras hablaron. El tono confidencial en que lo hicieron le hirio. Permanecio un instante inmovil. Por delante de el paso, sin que lo advirtiera, la nina de Calderon, que acudia por vez primera a un baile. Traia un lindisimo traje de joven veneciana color carmesi, y escote bajo. Su madre otro riquisimo de dama holandesa; saya de color noguerado recamada de oro y plata, voluminosa gorguera
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