ivas. Y
buscole con los ojos entre la muchedumbre.
Raimundo habia vagado toda la noche por los salones casi siempre solo.
Habia esperado el baile con deseo pueril, prometiendose vivos e
ignorados placeres. Jamas habia asistido a una de estas fiestas
brillantes de la sociedad aristocratica. La realidad no correspondio a
su esperanza, como siempre acontece. Toda aquella vana ostentacion, el
lujo escandaloso desplegado ante su vista, en vez de acariciar su
orgullo lo hirio cruelmente. Nunca se sintio tan forastero en aquel
mundo que hacia tiempo frecuentaba. Sus pensamientos, encaminados hacia
la melancolia, representaronle su pobre hogar, donde por su culpa iba a
faltar muy pronto lo necesario, la modestia de su santa madre, que no
vacilaba en desempenar las tareas mas humildes de la casa, y la de su
inocente hermana, que con ella habia aprendido a ser economica y
trabajadora. Un remordimiento feroz le mordio el corazon. Observaba,
ademas, que en los jovenes salvajes que le rodeaban existia contra el
cierta hostilidad latente. Tenia a muchos por amigos, le recibian
agradablemente, jugaba con ellos, les acompanaba en algunas excursiones
de placer: pero habia llegado a comprender que para ellos no tenia otra
personalidad que la que le daba el ser amante de Clementina. En casi
todos los que trataba, percibia, o su exagerada susceptibilidad le hacia
percibir, un dejo desdenoso que le humillaba horriblemente. El amor
frenetico que profesaba a Clementina le compensaba bien de esta tortura
y hasta se la hacia olvidar muchas veces. Pero aquella noche su dueno
adorado, aunque no le olvidase, andaba lejos. Y le pasaba lo que a los
misticos cuando Dios no les tiende la mano: acometiale una gran
sequedad, un tedio abrumador. Bailo por compromiso dos o tres veces;
converso un poco. Harto al fin de dar vueltas se retiro al mas oscuro
rincon de una de las salas, y sentandose en un divan quedo sumido en
tristeza profunda.
Clementina le busco en vano durante algunos minutos, hasta
impacientarse. Cuando entro en la sala de juego le vio al fin venir
hacia ella con la faz radiante. Toda su tristeza se habia disipado al
verla y al observar que le buscaba.
--Si quieres que hablemos un momentito, vente al despacho de papa.
Saliendo al corredor lo hallaras a mano derecha--le dijo rapidamente y
con acento carinoso.
Y se fue. Raimundo, por disimular, se acerco a una de las mesas de
juego: estuvo algunos instantes mirando.
Clementina se
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