tu, papanatas, el de las narices
largas!... Cuidado con esa lampara.... Baja un poco tu. Pepe ... iF....,
no seas jumento, baja mas!... iEh! ieh! arriba ahora....
Al llegar al hueco de una puerta, el maestro, viendo que era facil
lastimarse, les grito:
--iCuidado con las manos!
--iCuidado con los relieves, F....!--se apresuro a gritar el duque--.
iLo que menos me importa a mi son vuestras manos, babiecas!
Uno de los obreros levanto la vista y le clavo una mirada indefinible de
odio y desprecio.
Cuando el mueble estuvo en su sitio, el duque mando enganchar y se
dirigio a sus habitaciones a quitarse el polvo. Poco despues bajaba por
la gran escalinata del jardin y montaba en coche, dando orden que le
condujesen al hotel de su querida.
La pasion brutal del banquero por la Amparo habia crecido mucho en los
ultimos tiempos. Todavia fuera conservaba su razon; pero en cuanto ponia
el pie en la casa de la hermosa malaguena, la perdia por completo, se
transformaba en una bestia que aquella hacia bailar a latigazos. Ni se
crea que esto es enteramente figurado. Contabase en Madrid que el duque
traia un aro de hierro con una argolla al brazo en senal de esclavitud,
y que la Amparo le ataba con cadena cuando bien le placa. Algunos
amigos, para cerciorarse, le habian apretado el brazo burlando y
certificaban que era cierto. La ex florista, aunque de inteligencia
limitadisima y de cultura mas limitada aun, tenia suficiente instinto
para remachar los clavos de esta esclavitud. Con su genio arisco y
desigual, aumentaba el fuego de la sensualidad en aquel viejo lubrico.
El duque habia llegado a persuadirse de que su querida, a pesar de las
sumas fabulosas que con ella gastaba, era muy capaz de dejarle plantado
si un dia se atufaba. Esta conviccion le tenia siempre sobresaltado y
rendido, dispuesto a humillarse, a cometer cualquier bajeza por
complacerla. Aunque muy sagaz, su lascivia le cegaba hasta el punto de
no comprender que la Amparo era mas interesada y astuta de lo que el se
figuraba.
Cuando llego al hotelito de mazapan, serian las tres de la tarde. Amparo
estaba conferenciando gravemente con la modista; de modo que se vio
obligado a esperar un rato leyendo los periodicos. Al salir del
gabinete, la joven exclamo:
--iAh! ?Estaba usted ahi duque?
--Si; no he querido sorprender secretos de Estado.
--iY que lo diga! ?Verda uste?--dijo la ex florista echando una mirada
significativa a la modista.
Esta sonrio d
|