iscretamente y se fue. El duque abrazo por el talle a su
querida y la llevo al gabinete.
--?Como te va, chiquita? ?Bien, eh?
--iAl pelo, hijo! ?Como quieres que me vaya con un hombre tan
retrechero?
Al mismo tiempo se colgo de su cuello y le dio un largo y sonoro beso en
la mejilla. Los parpados del duque temblaron de placer; mas por sus ojos
paso al mismo tiempo un reflejo de inquietud. Siempre que la Amparo se
le colgaba del cuello era para darle un sablazo formidable, una entrada
a saco en el bolsillo.
--iY que no tiene quita el gacho! iY que no sabe lo que son
mujeres!--siguio la hermosa contemplandole con admiracion.
"iMalo! imalo!" dijo para si el banquero. Sin embargo, las caricias de
su querida le hacian feliz.
--Mira, Tono, no hay cosa que mas me guste que decirles por lo bajo a
todas las sin vergueenzas que pasean por el Retiro: "iAndad, andad,
hambronas, que si a mi se me antoja os puedo enterrar en billetes de
Banco!..." ?Verda tu, salao?
"iMalisimo!" volvio a decir el duque en su interior; y en voz alta:
--Algunos hay, preciosa; algunos hay en casa.
Y llevando la mano al bolsillo para sacar la cartera, dijo brutalmente:
--?Cuantos necesitas?
--iNinguno, canalla!--exclamo ella soltando a reir--. Pensabas que me
estaba preparando para darte un sablazo, ?eh?
--iClaro! No te veo carinosa sino cuando necesitas dinero.
--iHabra embusterazo, marrullero! Cualquiera que te oyese, pensaria que
es cierto. Confieso que soy un poco bruta y testaruda, ipero no siempre,
hijo, no siempre!... Ademas, no me sienta mal este geniecillo agrio,
?verda tu?
La hermosa odalisca se habia sentado sobre las rodillas del duque y le
daba fuertes palmadas con entrambas manos en sus carrillos de trompetero
recien rasurados. Vestia una bata de color azul oscuro con adornos mas
claros, que le sentaba admirablemente. Su tez era cada dia mas fina, mas
tersa, mas nacarada. Era un milagro de la naturaleza. Y sobre aquella
tez lucian sus grandes ojos negros sombrios, salvajes, con un fuego
misterioso y sensual. Sus cabellos, que daban en azules de tan negros,
caian ondeados sobre la frente ocultandola a medias. Su garganta,
amasada con leche y rosas, pedia a gritos el homenaje de los labios. El
duque estaba contentisimo desde que habia conjurado el peligro: se
derretia en caricias, que la Amparo aceptaba sumisa contra su costumbre.
--Espera un poquito. Hoy quiero que tomes cafe conmigo.
--Ya lo he tomado, hija
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