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removido por completo. Raimundo, abandonando en absoluto sus estudios y
costumbres metodicas, se habia lanzado con ardor de neofito a los
placeres mundanos. Su hermana, aterrada por este cambio, le hizo
suavemente algunas advertencias, sin resultado. El joven se enfadaba
como nino mimoso. Cuando la reprension era mas dura, se echaba a llorar
desconsoladamente, llamandose desgraciado, diciendo que no le queria,
que mas le hubiera valido morirse cuando su madre, etc., etc. Aurelia,
en vista de esto, habia determinado callarse, padeciendo en silencio,
llena de aprensiones y presentimientos tristes. Bien adivinaba la causa
de aquel cambio; pero en sus conversaciones ninguno de los dos oso hacer
referencia a ella: Raimundo, porque no podia dignamente declarar a su
hermana las relaciones que sostenia con Clementina: aquella, porque
creia indecoroso darse por advertida.
Aquellas relaciones obligaron a nuestro joven a hacer gastos
extraordinarios que no permitia su renta. Para seguir el carruaje de su
amante entre la balumba de ellos en los paseos del Retiro y la
Castellana compro un bonito caballo, despues de dar previamente algunas
lecciones de equitacion. Los teatros, las flores y los regalitos a su
idolo, las francachelas con sus nuevos amigos del _Club de los
Salvajes_, los trajes y las joyas, todo lo que constituye, en suma, el
tren de un lechuguino en la corte, le hicieron desembolsar sumas enormes
con relacion a su hacienda. Para ello hubo necesidad de echar mano del
capital. Este consistia, como ya sabemos, en acciones de una fabrica de
polvora y en titulos de la Deuda. Unos y otros documentos guardabalos
su madre en un cofrecito de hierro dentro de su armario. Cuando murio,
el pariente de los chicos a quien correspondia la tutela vino a
examinarlos y tomo nota de ellos. Pero como Raimundo gozaba tal fama de
muchacho formal, de conducta intachable, como hacia ya tiempo que
manejaba y cobraba los cupones, y como en fin no le faltaban mas que
tres anos para llegar a la mayor edad, su tio no quiso recogerlos. Los
dejo en el mismo cofrecito que estaban. Pues bien; Raimundo, necesitando
a toda costa dinero, y no atreviendose a pedirselo a nadie, falto a esta
confianza vendiendo poco a poco algunos titulos. Y es lo raro del caso
que siendo un chico hasta entonces tan puro de costumbres, tan recto en
el pensar y tan honrado de corazon, llevo a cabo esta villania sin
grandes remordimientos. Hasta tal punto su desatinada pas
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