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que al instante las abandonaba o se mecia en ellas dulcemente a
sabiendas de que eran pura quimera. Ademas, no podia librarse de los
agudos remordimientos que de vez en cuando le asaltaban. Aquella senora
se parecia a su madre, no cabia duda. Por esto solo se habia fijado en
ella, y habia sido su perseguidor callejero algun tiempo. ?No era una
verdadera profanacion, una cosa abominable que la imagen de su madre le
inspirase deseos carnales?
Pues a despecho de estos remordimientos, de su invencible timidez y de
los clamores de la razon, Raimundo se sentia cada dia mas subyugado por
aquella mujer. Verdad que Clementina puso en juego todas las armas de
que disponia, que no eran pocas ni mohosas todavia. A medida que
aumentaba la timidez de su juvenil adorador crecia en ella la osadia y
el aplomo. En el amor esto pasa casi siempre; pero aqui, por las
circunstancias especiales de ambos, adquiria mayor relieve. La timidez
en el llego a ser una enfermedad, una cosa extrana, de cuya ridiculez se
daba perfecta cuenta sin que por medio alguno pudiese vencerla. Al
contrario, cuantos mas esfuerzos hacia para adquirir aplomo y
desembarazo delante de ella, mejor se mostraba la emocion que le
embargaba. Al principio la hablaba con cierta serenidad, se autorizaba
alguna bromita o frase ingeniosa; despues esta serenidad se fue
perdiendo, las bromas cesaron. No se podia acercar a ella sin turbarse,
no podia darle la mano sin un leve temblor. Si la dama le miraba
fijamente, sus mejillas se encendian.
Clementina no podia menos de sonreir ante esta inocente alborada de
amor. Gozaba con ella llena de curiosidad, alegre de sentirse aun
bastante hermosa para inspirar a un nino tan rendida pasion. Unas veces
se entretenia malignamente en atortolarle, en ponerle colorado,
mostrandose viva y desenvuelta como una chula: otras se placa en
seguirle el humor apareciendo melancolica, dirigiendole miradas timidas
como una colegiala: otras, en fin, le trataba con tierna familiaridad,
enterandose de su vida, de sus actos y sus pensamientos, como una madre
o una hermana carinosas. Entonces era cuando Raimundo recobraba un poco
de libertad y osaba mirar a la diosa cara a cara. Clementina le
embromaba a menudo por sus aficiones cientificas, entraba en su despacho
y dejaba esparcidos por la mesa o por el suelo los cartones de las
mariposas. Esto, que si otra persona lo ejecutase produciria en la casa
una catastrofe, hacia reir al joven naturalista.
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