uesa esta sola en su habitacion o
tiene visita--dijo al criado que se presento al punto.
Mientras desempenaban la comision permanecio inactivo, con el cuerpo
echado hacia atras y las manos cruzadas, en actitud reflexiva.
--La senora duquesa esta de visita con el padre Ortega--entro a decir el
criado.
Salabert hizo un gesto de impaciencia y volvio a quedar sumido en sus
reflexiones. Estaba decidido a celebrar una conferencia con su esposa
acerca de intereses. Esta jamas le habia hablado nada de dinero. El no
se creyo jamas en el caso de darle cuenta de sus especulaciones y
negocios. D. Carmen tampoco entenderia nada si se la diese. Creiase
dueno absoluto de su fortuna sin que se le pasase por la imaginacion los
derechos que sobre ella tenia su mujer. Pero ultimamente un amigo le
abrio los ojos. Hablando de la enfermedad que aquejaba a la duquesa, le
pregunto con naturalidad si tenia otorgado testamento. Este amigo, que
era abogado, daba por resuelto que la mitad de la hacienda pertenecia a
D. Carmen. Salabert quedo hondamente preocupado. Viendo a su esposa
descaecer le entro miedo. A su muerte los parientes le exigirian la
mitad de lo que el habia adquirido, meterian la nariz en sus asuntos,
hasta en los mas intimos.... iUn horror! Consulto con su abogado. El
medio mas sencillo de desvanecer aquellos temores y dejar en la
impotencia a los parientes de su esposa, era que esta hiciese testamento
a su favor. El duque lo encontro naturalisimo. En la conferencia que iba
a tener con ella, se lo propondria del modo mas diplomatico que le fuera
posible, a fin de no alarmarla respecto a su enfermedad.
Aguardo, pues, entretenido en revisar papeles hasta que creyo llegado el
momento de enviar nuevamente el criado a saber si el padre Ortega habia
despejado. Mas cuando iba a hacerlo entraron a avisarle que estaban alli
unos cuantos senores, entre ellos Calderon, que deseaban verle. El
banquero fruncio el entrecejo.
--?Habeis dicho que estaba en casa?
--Como el senor duque no se niega nunca por la manana....
--iF....! imalditos seais!--murmuro con horrible expresion de disgusto.
Pero alzando la voz en seguida y adoptando las maneras campechanotas y
bruscas que le eran peculiares, grito:
--Que pasen, que pasen esos senores.
Se presentaron Calderon, Urreta y otros dos banqueros no menos
importantes y conocidos en Madrid. La expresion de todos ellos era seria
y hasta hosca. Salabert, sin reparar en ello, empezo a repar
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