, si!... Aqui me la han
suplantado.... No sabeis entre que canalla estoy metido. Necesito tener
cien ojos....
Y cada vez mas enfurecido fue a apretar el boton del timbre.
--iAhora veran! Ahora veran ustedes si me la han robado o no.... A ver
(dirigiendose al dependiente que entro), que se presenten inmediatamente
Llera y todos los empleados de la oficina.... iAl instante!
Arbiol dirigio una mirada a sus companeros y alzo los hombros con
desprecio. Pero el duque, que vio perfectamente el ademan, no quiso
hacerse cargo de el: siguio grunendo, resoplando, dejando escapar
interjecciones violentas y paseando furiosamente por la estancia. Hasta
que se presento Llera y con el un grupo de sujetos encogidos, mal
trajeados, de fisonomia vulgar. Salabert se planto delante de ellos
cruzando los brazos con energia:
--Vamos a ver, Llera: es necesario averiguar quien ha sido el tuno que
ha presentado un pliego en mi nombre, suplantando mi firma, para la
licitacion del ferrocarril de S*** a V***. ?Tu sabes algo de este
asunto?
Llera, despues de haberle mirado fijamente a la cara, bajo la cabeza sin
contestar.
--?Y vosotros sabeis algo? ?eh? ?sabeis algo?
Los empleados le miraron tambien con fijeza. Luego miraron a Llera y
tambien bajaron la cabera al fin sin despegar los labios.
Salabert paseo varias veces sus ojos saltones por ellos con expresion
teatral de colera, y exclamo al fin dirigiendose a los banqueros:
--?Lo ven ustedes claro? Nadie contesta. Entre estos se esconde el
culpable io los culpables! porque sospecho que ha de ser mas de uno.
Pierdan ustedes cuidado, que yo dare con ellos y hare un escarmiento....
iSi, un terrible escarmiento! No he de parar hasta que los mande a
presidio.... Retiraos vosotros (dirigiendose a los empleados), y ya
podeis temblar los delincuentes. Muy pronto caera sobre vosotros el peso
de la justicia.
Los criminales debian de ser bien empedernidos a juzgar por la absoluta
indiferencia con que recibieron aquellas siniestras palabras
pronunciadas con acento patetico. Cada cual se retiro sosegadamente a su
departamento y reanudo su tarea, como si la terrible espada de Nemesis
no estuviese aparejada a segarles el cuello.
Los banqueros se miraron entre risuenos y colericos. Al fin uno de
ellos, mordiendose los labios para no soltar la carcajada, le tendio la
mano con ademan desdenoso:
--Adios, Salabert; hasta la vista.
Los demas hicieron lo mismo sin decir otra palabra del as
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