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unto. El duque no se desconcerto. Fue a despedirlos solicito hasta la escalera, dirigiendo todavia al pasar miradas iracundas a sus empleados que las recibieron con la misma punible indiferencia. Al volver a su despacho ya no les hizo caso alguno. Paso por entre ellos como un actor que atraviesa los bastidores despues de haber estado un rato en escena. Unos minutos despues torno a salir bajando a las habitaciones de su esposa. Hallola sola, entretenida en leer un libro devoto. D. Carmen, que siempre habia sido muy piadosa, en los ultimos tiempos se habia entregado por completo a las practicas religiosas. La enfermedad la separaba cada vez mas de las ideas mundanas, la entregaba triste y sumisa a los curas. Salabert nunca habia puesto obstaculo a esta devocion: la miraba con indiferencia compasiva, como una mania inocente. Pero en los ultimos tiempos, algunas limosnas harto crecidas de la duquesa le alarmaron un poco y le obligaron a reprenderla paternalmente. Acostumbrado a hallar a su mujer sometida, apartada de toda ambicion, ajena enteramente al exito de sus especulaciones, la trataba como a una nina, si no como a un perro fiel a quien de vez en cuando se pasa la mano por la cabeza. Nunca le habia estorbado aquella infeliz senora, ni en sus trabajos ni en sus vicios. Aunque sus queridas, sus extravagancias en el orden erotico eran conocidas de todo el mundo, D. Carmen o las ignoraba o fingia ignorarlas. Sin embargo, la ultima infidelidad del duque, la relacion con la Amparo habiale acarreado disgustos. Aquella mujer dominante y soez se gozaba en vejarla de mil modos, cosa que no habia hecho ninguna de sus antecesoras. En el paseo, cuando iba con su marido en coche, el de la Amparo se colocaba a su lado: con cinico descaro la ex florista cambiaba con el duque sonrisas de inteligencia. Cuando la buena senora se quejo suavemente de este proceder, Salabert nego en redondo, no solo sus miradas y sonrisas, sino toda relacion con aquella mujer. No la conocia mas que de vista. Jamas habia hablado con ella. En el teatro Real lo mismo. Amparo se obstinaba en mirar toda la noche al palco del duque. Luego en los toros, en las carreras de caballos, ostentaba un lujo escandaloso que llamaba fuertemente la atencion publica. Algunas amigas bien intencionadas, que nunca faltan, compadeciendola muchisimo enteraban a D. Carmen de las cuantiosas sumas que aquella mujer costaba al duque, de todas sus extravagancias y caprichos. Esta
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