Clementina no se atrevio a insistir. Tomo de nuevo la cartera, saco de
ella los billetes y la volvio a entregar al joven. Hubo unos instantes
de silencio embarazoso. Raimundo apoyo el codo sobre la mesa, puso la
mejilla sobre la mano y quedo pensativo y serio. Ella le observaba con
el rabillo del ojo entre colerica y curiosa. Al fin una sonrisa ilumino
su rostro, levantose de la silla, y cogiendo el del joven entre sus dos
manos, le dijo en tono alegre:
--Bien; este acto te enaltece; pero de mi podias tomar ese dinero sin
desdoro. ?No soy tu mama?
Raimundo se contento con besar las manos que le aprisionaban. No se
volvio a hablar de dinero entre ellos.
Aquel conservaba en los modales y en las palabras, a pesar de sus
veintitres anos, un sello infantil que a Clementina le placa sobremodo.
La educacion afeminada y solitaria que habia tenido era la causa
principal. Enganabasele con suma facilidad y divertiasele lo mismo. No
tenia esos aburrimientos negros de los hombres gastados: no se le
ocurria jamas una frase ironica, incisiva, de las que aun entre
enamorados suelen usarse. Sus alegrias eran bulliciosas y pueriles hasta
rayar en ridiculas. Divertiase en correr por las habitaciones del
pequeno entresuelo detras de Clementina, o en esconderse de ella y
asustarla. Otras veces la entretenia con juegos de prestidigitacion, en
que era un poco inteligente. O bien jugaban ambos a los naipes con
extraordinaria atencion o empeno, como si disputasen algo de provecho. O
bien bailaban al son de algun piano mecanico que se paraba en las
cercanias de la casa. Ponianse a comer confites y hacian apuestas a
quien engullia mas. En una ocasion quiso hacer sorbete de pina: se decia
muy perito en la fabricacion de helados. Le trajeron todos los enseres
de un cafe vecino. Despues de bregar con afan bastante tiempo, salio al
fin una quisicosa fea y desabrida, lo cual le entristecio tanto, que
Clementina, para alegrarle, tomo sin deseo alguno una gran copa del
brebaje. Le gustaba imitar los gestos y las palabras de las personas que
veia en casa de ella, y lo ejecutaba tan a la perfeccion que la dama
reia con verdadera gana. A veces le suplicaba por favor que cesase, pues
le hacia dano tanta risa. Raimundo poseia este don de observar los mas
insignificantes modales de las personas y reproducirlos despues
admirablemente. Se creia estar oyendo a la persona que imitaba. Pero
solo en el seno de la confianza le gustaba mostrar esta habilidad.
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