Algunas veces, cuando estaba de humor, inventaba una recepcion
palaciega. Hacia sentar a Clementina en un trono que armaba rapidamente
en medio de la sala. Los ministros, los altos personajes de la politica
desfilaban por delante de la reina y pronunciaba cada cual su discurso.
Clementina, que a todos los conocia, gozaba en adivinarlos a las pocas
palabras. Raimundo, que habia asistido con frecuencia a las tribunas del
Congreso, les habia cogido bastante bien, a casi todos, el acento, la
accion y los gestos. Particularmente imitando a Jimenez Arbos, a quien
trataba por verle en casa de Osorio, estaba graciosisimo. Por supuesto,
despues de cada discurso se inclinaba reverentemente y besaba la mano de
la soberana, volviendo a ponerse el tricornio de papel que se habia
hecho para el caso. Estas ninerias alegraban a la dama, dilataban su
corazon, casi siempre encogido por la soberbia o el hastio. De aquellas
largas entrevistas salia rejuvenecida, los ojos brillantes, el pie
ligero, saludando con afecto a personas a quienes en otra ocasion
hubiera dirigido una fria y desdenosa cabezada.
Luego Raimundo la llenaba de asombro, a lo mejor, con algun acto
inconcebible de candor infantil. En una ocasion, habiendo entrado sin
hacer ruido en el cuarto de la calle del Caballero de Gracia (los dos
tenian llave), le sorprendio barriendo afanoso la sala. El muchacho
quedo confuso al verla delante; se puso colorado hasta las orejas.
Clementina, entre alegres carcajadas, le abrazo y le cubrio el rostro de
besos, exclamando:
--iChiquillo, eres delicioso!
X
#Un poco de derecho civil.#
Era manana de gran trajin en las oficinas de Salabert. Se hacian unos
pagos de consideracion. El duque habia ido en persona a la caja a
presenciarlos y ayudaba al cajero en la tarea de contar los billetes. A
pesar de los anos que llevaba manejando dinero, nunca le tocaba pagar
una cantidad crecida que no le temblasen un poco las manos. Ahora estaba
nervioso, atento, mordiendo crispadamente el cigarro y sin escupir.
Tenia las fauces resecas. En varias ocasiones llamo la atencion al
empleado creyendo que pasaba dos billetes en vez de uno; pero se
equivoco en todas. El cajero era diestrisimo en su oficio. Cuando
terminaron, el duque se retiro a su despacho, donde le estaba esperando
M. Fayolle, el famoso importador de caballos extranjeros, proveedor de
toda la aristocracia madrilena.
--_Bonjour, monsieur_--, dijo rudamente el duque dandole
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