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Algunas veces, cuando estaba de humor, inventaba una recepcion palaciega. Hacia sentar a Clementina en un trono que armaba rapidamente en medio de la sala. Los ministros, los altos personajes de la politica desfilaban por delante de la reina y pronunciaba cada cual su discurso. Clementina, que a todos los conocia, gozaba en adivinarlos a las pocas palabras. Raimundo, que habia asistido con frecuencia a las tribunas del Congreso, les habia cogido bastante bien, a casi todos, el acento, la accion y los gestos. Particularmente imitando a Jimenez Arbos, a quien trataba por verle en casa de Osorio, estaba graciosisimo. Por supuesto, despues de cada discurso se inclinaba reverentemente y besaba la mano de la soberana, volviendo a ponerse el tricornio de papel que se habia hecho para el caso. Estas ninerias alegraban a la dama, dilataban su corazon, casi siempre encogido por la soberbia o el hastio. De aquellas largas entrevistas salia rejuvenecida, los ojos brillantes, el pie ligero, saludando con afecto a personas a quienes en otra ocasion hubiera dirigido una fria y desdenosa cabezada. Luego Raimundo la llenaba de asombro, a lo mejor, con algun acto inconcebible de candor infantil. En una ocasion, habiendo entrado sin hacer ruido en el cuarto de la calle del Caballero de Gracia (los dos tenian llave), le sorprendio barriendo afanoso la sala. El muchacho quedo confuso al verla delante; se puso colorado hasta las orejas. Clementina, entre alegres carcajadas, le abrazo y le cubrio el rostro de besos, exclamando: --iChiquillo, eres delicioso! X #Un poco de derecho civil.# Era manana de gran trajin en las oficinas de Salabert. Se hacian unos pagos de consideracion. El duque habia ido en persona a la caja a presenciarlos y ayudaba al cajero en la tarea de contar los billetes. A pesar de los anos que llevaba manejando dinero, nunca le tocaba pagar una cantidad crecida que no le temblasen un poco las manos. Ahora estaba nervioso, atento, mordiendo crispadamente el cigarro y sin escupir. Tenia las fauces resecas. En varias ocasiones llamo la atencion al empleado creyendo que pasaba dos billetes en vez de uno; pero se equivoco en todas. El cajero era diestrisimo en su oficio. Cuando terminaron, el duque se retiro a su despacho, donde le estaba esperando M. Fayolle, el famoso importador de caballos extranjeros, proveedor de toda la aristocracia madrilena. --_Bonjour, monsieur_--, dijo rudamente el duque dandole
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