una palmada en
la espalda--. ?Viene usted a encajarme algun otro penco?
--Oh, senor duque; los caballos que yo le he vendido no son pencos, no.
Los mecores animales que nunca he tenido se los ha llevado usted--,
respondio con acento extranjero, sonriendo de un modo servil M. Fayolle.
--Los desechos de Paris es lo que usted me trae. Pero no crea usted que
me engana. Lo se hace tiempo, _monsieur_; lo se hace tiempo. Solo que yo
no puedo ver esa cara tan frescota y tan risuena sin rendirme.
M. Fayolle sonrio abriendo la boca hasta las orejas, dejando ver unos
dientes grandes y amarillos.
--La cara es el especo del alma, senor duque. Puede tener confiansa en
mi, que no le dare nada que no sea superior. ?Es que _Polion_ ha salido
malo?
--Medianejo.
--iVamos, tiene gana de bromear! El otro dia le he visto por la calle
de Alcala enganchado al faeton. Bien de mundo se paraba a mirarlo.
Hablaron un rato de los caballos que el duque le habia comprado. Este
ponia tachas a todos. Fayolle los defendia con entusiasmo de aficionado
y de comerciante. En un momento de pausa dijo sacando el reloj:
--No quiero molestarle mas.... Venia a cobrar la cuentesita ultima.
La faz del duque se oscurecio. Luego dijo entre risueno y enfadado:
--iPero, hombre; que no esten ustedes jamas contentos sino sacandole a
uno el dinero!
Y al mismo tiempo echo mano al bolsillo y saco la cartera. M. Fayolle
sonreia siempre, diciendo que lo sentia, porque el senor duque era un
pobrecito y no le gustaba echar a nadie a pedir limosna, etc., etc. Una
porcion de bromitas que el banquero no parecia escuchar, atento a contar
los billetes. Conto siete de quinientas pesetas y se los entrego,
oprimiendo al mismo tiempo el timbre para que un dependiente extendiese
el recibo. Fayolle tambien los conto y dijo:
--Se ha equivocado, senor duque. El presio del caballo era cuatro mil
pesetas. Aqui no hay mas que tres mil quinientas.
El duque no dio senales de oir. Con los parpados caidos, bufando y
paseando el cigarro de un angulo a otro de la boca, se mantuvo
silencioso y guardo de nuevo la cartera despues de haberla apretado con
una goma.
--Faltan quinientas pesetas, senor duque--, repitio Fayolle.
--?Como? ?Faltan quinientas pesetas? No puede ser.... A ver; cuente
usted otra vez.
El comerciante conto.
--Hay aqui tres mil quinientas....
--iYa lo ve usted! No me habia equivocado.
--Es que el caballo cuesta cuatro mil: asi lo hemos acu
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