Comenzaba a susurrarse entre los intimos de la dama algo sobre estos sus
nuevos y extravagantes amores, adelantandolos, por supuesto, mucho mas
de lo que en realidad estaban. Una noche de comida y tresillo, decia
Pepa Frias a tres o cuatro elegantes salvajes que estaban en torno suyo
discutiendo el asunto:
--Desenganense ustedes. Clementina concluye enamorandose de un perro de
Terranova o de un periodista.
Cuando entraba Raimundo en el salon con su cabeza de querubin rubia y
melancolica, con su aspecto humilde y embarazado, todas las miradas se
posaban sobre el con curiosidad. Habia sonrisas, murmullos, frases
ingeniosas y estupidas. Se le discutia. En general, entre los hombres
sobre todo, juzgabase ridicula la conducta de la esposa de Osorio: pero
algunas damas miraban con simpatia al mancebo, encontraban muy agradable
su aire candoroso, y comprendian el capricho de Clementina. Hubo entre
ellas quien procuro seducirlo.
Era ya nuestro joven considerado como amante oficial de Clementina,
cuando aun no la habia rozado con los labios la punta de los dedos ni
sonaba con ello. Sin embargo, el amor iba haciendo tales progresos en su
pecho que temia caer el dia menos pensado de rodillas ante ella como los
galanes de comedia. Sufria horriblemente a la menor senal de desden, y
gozaba como un angel cuando la dama le expresaba de cualquier modo su
afecto. Clementina no tenia prisa en hacerle amante afortunado, aunque
estaba decidida a ello. Le gustaba prolongar aquella situacion,
observando con secreto placer la marcha de la pasion y los fenomenos que
ofrecia en el joven. Hastiada de los devaneos cortesanos, encontraba
vivo atractivo en ser adorada de aquel modo frenetico y mudo, en
desempenar el papel de diosa. Una mirada suya hacia empalidecer o
enrojecer a aquel nino; una palabra le alegraba o le entristecia hasta
la desesperacion.
Raimundo iba al Real todas las noches que le tocaba el turno a
Clementina. Subia al palco a saludarla, y muchas veces, por exigencia de
ella, se quedaba alli uno o dos actos. En estas ocasiones solia la dama
retirarse al antepalco y charlar con el intimamente a la sombra discreta
de las cortinas. Cuando se cansaba, o en la escena se cantaba una pieza
de empeno, guardaba silencio, volvia la espalda al joven y escuchaba un
rato. Raimundo, guardando en los oidos el eco de su voz y en su corazon
el fuego de sus miradas, quedaba tambien silencioso, mas atento, en
verdad, a la musica que sonaba
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