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lona. La Amparo se acerco y le pregunto: --?Esta arreglando el asunto? --Por ahora, si--respondio mordiendo el sempiterno cigarro. --Pues quiero irme en tu coche--dijo, bajando la voz. La fisonomia del banquero se oscurecio. --Demasiado sabes que no puede ser. --?Que no puede ser?... Ahora veras.... Dame el brazo.... En marcha. Y cogiendose con fuerza de su brazo le empujo hacia la escalera seguido de Nati y Rafael entre las miradas atonitas del oficial, del inspector y de los tres o cuatro empleados que alli habia a tales horas. Una vez en la calle, la hermosa tirana ofrecio su coche a Nati y Rafael, y se metio sin vacilar en el del duque, que la siguio taciturno pero sumiso. Los nervios de la antigua florista se desataron asi que se vio a solas con su querido. Las palabras mas soeces del repertorio de los cocheros de punto brotaron a sus labios temblorosos. Pateo, juro, rechino los dientes, profirio mil estupidas amenazas. Por ultimo, cogiendo al banquero por la solapa de su gaban de pieles, le dijo atropellandose por la ira: --Por supuesto; esos dos puercos, el empleado y el inspector, quedaran a escape cesantes. --Veremos, veremos--respondio el duque, inquieto y confuso. --Ya esta visto. Hasta que me traigas su cesantia no te presentes en mi casa, porque no te recibo. IX #Los amores de Raimundo.# La nueva aventura amorosa de Clementina se desenvolvia de un modo tan pueril como grato para ella. Despues de aquella inoportuna vuelta de cabeza, que tanto la habia avergonzado, se guardo bien, durante algunos dias, de mirar hacia atras, aunque el saludo que enviaba a Raimundo fuese cada vez mas expresivo y afectuoso. El capricho (por no darle mejor nombre, pues no lo merecia) fue echando, no obstante, tanta raiz en su imaginacion, que concluyo por volverse otra vez; al dia siguiente tambien; al otro igual, encontrando siempre los gemelos del joven clavados sobre ella. Por fin, un dia se volvio desde la esquina y le hizo un nuevo saludo con la mano. "Vamos, he perdido la vergueenza", murmuro despues poniendose colorada. Y tan verdad era, que desde entonces no paso otra vez sin hacer lo mismo. Pero aquella situacion, aunque graciosa y original, iba pareciendole pesada. Su temperamento fogoso no le permitia gozar jamas con tranquilidad del presente, la impulsaba a buscar con afan un mas alla, a precipitar los acontecimientos, aunque muchas veces, en lugar del placer apetecido, que
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