dase envuelta en los escombros del alcazar que su fantasia
habia levantado. En esta ocasion, sin embargo, tenia mejores motivos que
otras veces para desear salir de ella. Era tan falsa, que tocaba en los
lindes de lo ridiculo. A solas consigo misma solia confesarselo.
"La verdad es que, bien mirado, yo le estoy haciendo el oso a ese
muchacho. Parezco una dama de la isla de San Balandran."
Mas, aunque todos los dias se proponia dar un corte a aquella aventura
no saliendo mas a pie, o cruzando por delante de la casa de Raimundo sin
levantar la mirada o, a todo mas, dirigiendole un saludo frio, es lo
cierto que no tenia fuerza de voluntad para llevar a cabo su proposito.
Ni siquiera para dejar de enviar el consabido adios desde la esquina.
Una cosa la preocupaba sobremanera. Y es que el joven, viendo las
claras senales que ella daba de arrepentimiento, las pruebas un tanto
humillantes de su simpatia hacia el, no se apartase de la obediencia, no
la siguiese jamas ni buscase ocasion de encontrarse con ella en el
paseo. Esto, a la larga, iba irritando su amor propio. Parecia que aquel
senor tomaba con demasiada aficion el papel contrario. Pensando en esto,
algunas veces llega a encolerizarse. Mas al cruzar de nuevo por delante
de el le veia tan risueno, tan feliz, con tales deseos de saludarla, que
el negro fantasma de la soberbia se desvanecia y entraban de nuevo en su
pecho a torrentes la simpatia y el caprichoso deseo de amar y ser amada
de aquel nino.
?En que pararia todo aquello? En nada probablemente. Sin embargo, hacia
lo posible por que siguiese adelante y cuajase; no cabia duda. Al ver
paralizado su deseo por causas que no podia definir claramente, crecia y
se transformaba poco a poco en aspero apetito. Una tarde en que el
desencanto y la amargura habian invadido su pecho en que iba pensando
seriamente, al caminar por la calle de Serrano, en abandonar por
completo aquella ridicula aventura, al pasar por debajo del mirador
despues de haber saludado al joven, sintio caer sobre ella un punado de
flores deshechas. Levanto la vista y le envio una afectuosa sonrisa de
reconocimiento. Aquella lluvia refresco su alma, reanimo su desmayado
capricho. Entonces se puso a buscar con afan un medio de acercarse
nuevamente a Raimundo. Penso en escribirle pidiendole perdon de su
visita y sus palabras severas; pero ya era tarde para ello. Despues
imagino que acaso entre sus amigos, particularmente entre los
periodistas, hubiese a
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