s impetu salian
a su boca fresca y humeda.
Indudablemente, en las frases, en la apariencia vulgares y hasta
estupidas de los pollos, debe de existir un fondo de humorismo tan
profundo como vivo, que solo las jovenes de quince a veinte anos son
capaces de recoger y gustar.
Pero Leon Guzman, una vez sosegada la risa, pudo con mana retirarse un
poco y entablar conversacion aparte con Esperancita. Esto lleno de
dolor y sobresano a Ramon. Hacia dias que venia observando que el conde
de Agreda miraba con buenos ojos a su dueno adorado. Considerabale mas
temible que a Cobo, por ser hombre de brillante posicion. Cobo, segun lo
que veia, no adelantaba un paso, lo cual le tranquilizaba. Pero el
asunto cambiaba ahora de aspecto. Por eso ya no tomaba parte en la
alegria del grupo y dirigia a la pareja unos ojos de carnero que
despertaban lastima. Sin embargo, la nina, a su gran satisfaccion, no se
mostraba demasiado amable con el conde. Parecia preocupada, triste, y
dirigia frecuentes y rapidas miradas hacia el sitio donde el propio
Ramon estaba. Verdad que detras de el, en un divan, se hallaban sentados
Pepe Castro y Lola Madariaga, charlando con gran animacion. Pero el
concejal no se hizo cargo de esto.
Cuando Leon se levanto, Ramoncito le llevo aparte a un rincon y le dio
con frase sentida sus quejas. Debia de saber que el, Maldonado, hacia
tiempo que obsequiaba a Esperanza, que estaba enamorado de ella
perdidamente. Sentia en el alma que un amigo tan intimo le viniese a
hacer dano. Recordole con enternecimiento la infancia, sus juegos, el
colegio. Concluyo por suplicarle con voz entrecortada por la emocion que
si no tenia un gran interes por Esperancita dejase de darle celos. Leon
le escucho entre impaciente y confuso. Por librarse de el prometio
cuanto quiso. Luego, cuando se vio entre los amigos, conto la ridicula
conferencia y se rio en grande a costa del desdichado concejal.
El duque de Requena, despues que dijo a Biggs lo que se proponia, se
sento a jugar al tresillo con la condesa de Cotorraso, el mejicano,
marido de Lola, y el general Pallares. Poco despues bufaba lleno de
furia porque le venian malas cartas. A pesar de su opulencia jugaba
siempre con el mismo afan que si le importase mucho la perdida o la
ganancia de unos cuantos duros. Si la suerte le era adversa se ponia de
un humor endiablado, murmuraba y hasta llegaba a decir frases
inconvenientes a los companeros. Su hija se veia muchas veces obligada a
te
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