e leia todos los
folletines que le venian a las manos: cuidaba de no decir palabras feas:
no solia emplear tampoco locuciones flamencas. Tenia alguna mas edad que
la Amparo y la Nati.
--A la mesa, a la mesa--dijo Alcantara--. Estas operas alemanas me
excitan un hambre de lobo.
Levantaronse todos del asiento y se aproximaron a la mesa, mientras
Castro hacia sonar el timbre para avisar al mozo. El conde de Agreda los
detuvo con un gesto.
--Caballeros, hay aqui dos princesas que han renido por cuestiones
diplomaticas que no nos incumben. ?Opinan ustedes que se den un beso
antes que nos sentemos?
--Que se lo den: que se lo den--exclamaron los tres hombres y Nati,
mirando a la Socorro y Amparo.
Esta se encaro furiosa con Leon.
--iJa, ja!... Chica, no empieces ya a soltar gracias porque nos va a
hacer dano la cena.
La Socorro se hizo la indiferente inspeccionando la mesa.
--Que se besen--volvio a decir el coro.
--Oid, preciosos, ?nos habeis traido para reiros de nosotras o a darnos
de cenar?--dijo la Amparo cada vez mas irritada.
Castro trato de calmarla.
--No hay motivo para enfadarse, Amparito. Leon, lo mismo que yo y todos
los demas, deseariamos que los que nos sentemos a cenar fuesemos buenos
amigos. Si hay algun resentimiento debe olvidarse, sobre todo si, como
presumimos, no ha sido por cosa grave.
--iQue se besen!--gritaron con mas fuerza los comensales.
No hubo mas remedio. Castro y Alcantara se apoderaron de la Amparo,
Ramon y el conde de la Socorro y las fueron aproximando casi a viva
fuerza, no sin que ambas protestasen, sobre todo Amparo, que se defendia
con energia. Al cabo concluyo por reirse.
--iPero esto es estupido! ?Que mosca os ha picado?
Y acercandose con decision a Socorro, le dio un beso sonoro en la
mejilla.
--Besemonos, hija, porque si no temo que a estos chicos simpaticos les
de un ataque de nervios.
La Socorro le pago el beso con otro mas timido, manifestandose reservada
y circunspecta.
--Bueno, ahora dejadme calentar un poco, que estoy aterida--dijo
sentandose al lado de la chimenea, tan cerca que, por milagro, no ardia.
Se tosto por delante y por detras, en tal forma, que, cuando Rafael fue
a coger la silla, quemaba.
--iQue atrocidad! Mirad, chicos, como ha dejado Amparo la silla.
Todos pusieron las manos sobre ella y se admiraron.
--iComo tendra esa mujer el cuerpo! Vamos a verlo--dijo Castro avanzando
hacia ella.
--iEh, nino, alto! que yo soy
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