n, en efecto, en poblarse entrambos salones. Llego D. Julian
Calderon con Mariana y Esperancita, Cobo Ramirez con Leon Guzman y otros
tres o cuatro pollastres, el general Pallares, los marqueses de Veneros
y otras varias personas, entre las cuales predominaban los banqueros y
hombres de negocios.
Uno de los ultimos en llegar fue el duque de Requena, a quien se hizo la
misma acogida ruidosa y lisonjera que en todas partes. Entro jadeando,
fumando, escupiendo, con la seguridad insolente que su inmensa fortuna
le habia hecho adquirir. Hablaba poco, reia menos; emitia sus opiniones
con rudeza y se dejaba adorar del corro de senoras que le rodeaba. Tenia
las mejillas mas amoratadas que nunca, los ojos sanguinolentos, los
labios negros. Estaba tan feo, que Fuentes dijo a Pinedo y a Jimenez
Arbos senalandole:
--Ahi tienen ustedes al diablo recibiendo a sus brujas en el aquelarre
de los sabados.
Se le invito a jugar al tresillo como siempre; pero rehuso. Habia visto
a dos banqueros a quienes queria pescar para su negocio de la mina de
Riosa. Ademas le convenia hacer la corte a Jimenez Arbos algunos
momentos. Ya habia conseguido que la mina saliese a subasta con todos
sus accesorios de montes y pertenencias. En la _Gaceta_ se habia
insertado el anuncio. La compania para comprarla estaba ya formada. Pero
entre los socios habia desavenencia. Unos pretendian comprarla al
contado (entre ellos estaba Salabert) y otros querian aprovechar los
diez plazos que el Gobierno concedia. La diferencia en la tasacion de
una a otra forma, era enorme.
El duque se acerco a Biggs, el representante de una casa inglesa que
entraba con parte muy considerable en la compania y que capitaneaba el
partido de la compra a plazos. Le echo familiarmente el brazo sobre el
hombro y le llevo al hueco de un balcon, diciendole con rudeza:
--?Conque ustedes empenados en que nos arruinemos?
Y comenzo a tratar el asunto con una franqueza que desconcerto al
ingles. Este respondia a las salidas brutales del duque con
razonamientos corteses y suaves, sonriendo siempre benevolamente. El
duque acentuaba su rudeza, que en el fondo era muy diplomatica.
--Yo no tengo gana de tirar mi dinero. Me ha costado mucho trabajo
adquirirlo, ?sabe usted? Probablemente, al fin y al cabo, me vere
obligado a cortar por lo sano, separandome del negocio.
--Senor duque, yo no tengo culpa--respondia Biggs con marcado acento
ingles--. He recibido instrucciones.
--Las instru
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