l menos una vueltecita por ella.
--iOh, Fuentes! iOh, Fuentes!--gritaron todos viendole aparecer.
Y una porcion de manos se extendieron para saludarle. Apretando las
primeras que llegaron a chocar con la suya se dirigio desde luego a la
senora de la casa, con voz cascada que ayudaba mucho al efecto comico,
diciendo:
--Perdone usted, Clementina, si llego con un poco de retraso. Viniendo
aca me cogio por su cuenta Perales, ya sabe usted iPerales!, no tengo
mas que decir. Luego, cuando pude desprenderme de sus manos, ahi en la
esquina del ministerio de la Guerra, cai en las manos del conde de
Sotolargo, y ese ya sabe usted que es pesado con un cincuenta por ciento
de recargo.
--?Por que?--se apresuro a preguntar Lola Madariaga.
--Porque es tartamudo, senora.
Los convidados rieron, algunos a carcajadas; otros mas discretamente. La
frase venia preparada: se conocia a la legua; pero asi y todo produjo el
efecto apetecido, parte porque en efecto habia hecho gracia, parte
tambien porque todo el mundo se creia en el deber de ponerse risueno en
cuanto Fuentes abria la boca.
Un instante despues un criado de librea abrio de par en par las puertas
del salon, diciendo en alta voz:
--La senora esta servida.
Osorio se apresuro a ofrecer el brazo a la baronesa de Rag y rompio la
marcha hacia el comedor seguido de todos los convidados. Cerrando la
comitiva iba el baron conduciendo a Clementina.
Los criados esperaban puestos en fila con la servilleta al brazo,
capitaneados por el _maitre_. Osorio fue designando a cada invitado su
puesto. No tardaron en acomodarse todos. La mesa ofrecia un aspecto
elegante, armonioso. La luz, que caia de dos grandes lamparas con
reflectores, hacia resaltar los vivos colores de las flores y las
frutas, la blancura del mantel, el brillo del cristal y la porcelana.
Sin embargo, esta luz, demasiado cruda, hace dano a la belleza de las
damas, las desfigura como un aparato fotografico. Para templarla y
producir una iluminacion suave y normal, Clementina hacia colocar dos
candelabros con numerosas bujias a los extremos de la mesa. Todas las
senoras estaban mas o menos descotadas: alguna, como Pepa Frias,
escandalosamente. Los caballeros, de frac y corbata blanca.
La conversacion fue en los primeros momentos particular: cada cual
hablaba con su vecino. La baronesa de Rag, una belga de pelo castano y
ojos claros, bastante gruesa, preguntaba a Osorio los nombres de los
objetos que habia sobr
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