ntas a paseo. No podia llamarsela hermosa; pero
su fisonomia tenia tal animacion, sus ojos brillaban con tanta gracia y
su boca se plegaba con tal malicia al sonreir dejando ver unos dientes
de raton blancos y menudos, que siempre habia tenido muchos adoradores.
De soltera fue una coquetuela redomada: trajo al retortero los hombres,
gozando en acapararlos todos, prodigando las mismas sonrisas
insinuantes, identicas miradas abrasadoras al hijo de un duque que a un
empleadillo de ocho mil reales, al viejo de venerable calva y nariz
arremolachada que al mancebo de veinte anos gallardo y apuesto, al rico
como al pobre, al noble como al plebeyo. Su coqueteria, parecida en esto
al amor de Jesucristo a la humanidad, igualaba todas las castas, todos
los estados, unia a los hombres en santa fraternidad para participar del
fuego admirable de sus ojos negros, de unos hoyitos muy lindos que
formaban sus mejillas al reir y de otra multitud de dones y frutos con
que la providencia de Dios la habia dotado. Despues de casada, seguia
mostrando la misma entranable benevolencia hacia el genero humano, si
bien de un modo mas sucesivo, esto es, un hombre despues de otro o, a lo
sumo, de dos en dos. Su marido era un mejicano rico con rasgos de indio
en la fisonomia.
Poco despues que estos entro en el salon Fuentes, un hombrecillo
vivaracho, feo, raquitico, bastante marcado por las viruelas. Nadie
sabia de que vivia: suponiansele algunas rentas. Frecuentaba todos los
salones de algun viso de la corte y se sentaba a las mesas mejor
provistas. Sus titulos para ello eran los de pasar por hombre de animada
y chispeante conversacion, ingenioso y agradable. Mas de veinte anos
hacia que Fuentes venia alegrando las comidas y los saraos de la
capital, desempenando en ellos el papel de primer actor comico. Algunos
de sus chistes habian llegado a ser proverbiales; repetianse no solo en
los salones sino en las mesas de los cafes, y hasta llegaban a las
provincias. Contra lo que suele suceder en esta clase de hombres no era
maldiciente. Sus chistes no tendian a herir a las personas, sino a
alegrar el concurso y obligarle a admirar lo facil, lo vivo y lo sutil
de su ingenio. Todo lo mas que se autorizaba era apoderarse de las
ridiculeces de algun amigo ausente y formar sobre ellas una frase
graciosa; pero nunca o casi nunca a costa de la honra. Estas cualidades
le habian hecho el idolo de las tertulias. Ninguna se consideraba
completa si Fuentes no daba a
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