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sar por delante de los dos hombres para ir a saludar a Pepa, las miradas de los esposos se cruzaron rapidamente como relampagos tristes y siniestros. El rostro de Osorio, ordinariamente sombrio, bilioso, estaba ahora imponente de ferocidad. No fue mas que un instante. En cuanto las damas cambiaron algunas palabras, el banquero se acerco a ellas con Bonifacio y empezo a embromar con acento carinoso a su esposa sobre el traje. --iVaya un talle que me gasta mi mujer!... Chica, aunque no quieras oirlo te dire que te vas ajamonando a pasos de gigante. --No diga usted eso, Osorio, si precisamente Clementina es una de las mujeres que tienen el cutis mas terso en Madrid--dijo Pascuala. --iToma! Buen dinero me ha costado el estucado que se ha puesto en Paris esta primavera. Clementina seguia tambien la broma; pero le costaba mas trabajo fingir. Al traves de las sonrisas nerviosas que iluminaban su rostro por momentos y de las cortadas frases enigmaticas, se percibia el malestar, la inquietud y hasta un dejo de odio. Sono la campana de la verja repetidas veces. El salon se poblo en pocos minutos con las quince o veinte personas que estaban invitadas. Llego la marquesa de Alcudia sin ninguna de sus hijas. Rara vez las traia a casa de Osorio. Vino tambien la marquesa de Ujo, una mujer que habia sido hermosa: ahora estaba demasiado marchita; languida como una americana, aunque era de Pamplona, algo romantica, presumiendo de incomprensible y con aficiones literarias. La acompanaba una hija bastante agraciada, mas alta que ella y que debia tener lo menos quince anos, a pesar de lo cual su madre la traia con faldas a media pierna porque no la hiciese vieja. La pobre nina sufria esta vergueenza con resignacion, poniendose colorada cuando alguno dirigia la vista a sus pantorrillas. Llego el general Patino, conde de Morillejo: no faltaba ningun sabado. Vinieron tambien el baron y la baronesa de Rag por primera vez. Clementina les dio la preferencia colmandoles de delicadas atenciones. El baron era plenipotenciario de una nacion importante. El ministro de Fomento Jimenez Arbos, Pinedo, Pepe Castro y los condes de Cotorraso entraron casi a la vez. A ultima hora, cuando faltaban pocos minutos para las siete, llego Lola Madariaga y su marido. Esta senora, mucho mas joven que Clementina, era no obstante su intima amiga, el confidente de sus secretos. Comia tres o cuatro veces a la semana con ella, y raro era el dia que no salian ju
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