hijo? Algunas veces dudaba si el sentimiento de Raimundo por ella fuese
enteramente el que el habia manifestado en su entrevista: mas ahora veia
con perfecta claridad que hablaba ingenuamente, que entre un chico de
veinte anos y una mujer de treinta y siete (porque tenia treinta y siete
por mas que se quitase dos) el amor era imposible, al menos el amor que
ella apetecia en aquel momento. Estas reflexiones labraron una arruguita
en su frente, la arruga de los instantes fatales. Hizo un esfuerzo sobre
si misma para pensar en otra cosa.
Mirando a su doncella en el espejo observo que estaba densamente palida.
Volviose para mejor cerciorarse, y le dijo:
--?Te sientes mal, chica? Estas muy palida.
--Si, senora--manifesto la doncellita algo confusa.
--?Las nauseas de otras veces?
--Creo que si.
--Pues, anda, vete y que suba Concha. iEs raro! Manana avisaremos al
medico a ver si te da algun remedio.
--No, senora, no--se apresuro a contestar Estefania--. Esto no es nada.
Ya pasara.
Algunos minutos despues bajaba la dama al salon, deslumbrante de
belleza. Estaba ya en el Osorio paseando con su amigo y comensal, casi
cotidiano, Bonifacio. Era un senor grave y rigido, de unos sesenta anos
de edad, calvo, de rostro amarillo y dientes negros. Habia sido
gobernador en varias provincias y ultimamente desempenaba el cargo de
jefe de seccion en un ministerio. Hablaba poco, nunca llevaba la
contraria, primera e indispensable virtud de todo el que quiere comer
bien sin gastar dinero, y ostentaba eternamente en el frac una cruz roja
de Calatrava, de cuya orden era caballero. Por cierto que lo primero que
se veia en la sala de su casa era un gran retrato del propio Bonifacio
en traje de ceremonia, con una pluma muy alta en la gorra y un manto
blanco de extraordinaria longitud sobre los hombros. Este caballero de
Calatrava, personaje misterioso del cual decia Fuentes (otro personaje
mas alegre del cual hablaremos) que era un hombre "con vistas al patio",
tenia una mania bastante original, la de coleccionar fotografias
obscenas. Guardaba en su casa dos o tres baules llenos hasta arriba.
Pero esta aficion no la conocia nadie mas que los libreros y fotografos,
que tenian buen cuidado de pasarle recado asi que llegaba de Paris,
Londres o Viena alguna remesa. En un rincon estaban sentadas Pascuala,
una viuda sin recursos que servia a Clementina mitad de amiga, mitad de
dama de compania, y Pepa Frias que acababa de llegar. Al pa
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