de hablarle de Pepe Castro y de Raimundo y exponerle las
emociones pueriles que agitaban su alma aquella manana; pero un
sentimiento de respeto la contuvo. La duquesa era tan excesivamente
condescendiente que tocaba en los limites de la estupidez. Es probable
que si la hubiera hecho confidente de sus adulterios la hubiera
escuchado sin escandalizarse. Almorzaron juntas y solas porque el duque
lo hacia aquel dia con un ministro. Por la tarde, despues de aligerada y
refrescada el alma con larga e intima charla, ambas se trasladaron en
coche a San Pascual, rezaron alli una estacion al Santisimo, siempre
expuesto en aquella iglesia, y se trasladaron al paseo del Retiro. Antes
de oscurecer, porque el relente de la noche no le convenia a la duquesa
y Clementina necesitaba ir temprano a su casa, dieron orden al cochero
de retirarse.
Era sabado, dia de comida y tresillo en el hotel de Osorio. Antes de
subir a vestirse, Clementina dio una vuelta por el comedor: contemplo la
mesa con detenimiento y ordeno algunos cambios en los canastillos de
frutos que sobre ella habian colocado. Se hizo traer el paquete de los
_menu_ escrito en un papel imitacion de pergamino con las iniciales
doradas del dueno de la casa; llamo al secretario de su marido; le hizo
escribir sobre cada uno el nombre de los invitados y luego fue por si
misma colocandolos sobre los platos. En el medio ella y su marido, uno
frente a otro; a la derecha e izquierda de Osorio los dos puestos de
honor para dos damas: a la derecha e izquierda de ellas dos puestos para
dos caballeros, y asi sucesivamente segun la categoria, la edad o la
afeccion particular que sentia por sus invitados. Hablo algunos minutos
con el _maitre d'hotel_. Despues de dar las ultimas disposiciones se
fue. Al llegar a la puerta se volvio, echo una nueva mirada penetrante a
la mesa, y dijo:
--Quite usted esas flores con perfume que estan cerca del puesto de la
senora marquesa de Alcudia y cacambielasor camelias u otras que no lo
tengan.
La devota marquesa no podia sufrir los aromas a causa de sus frecuentes
neuralgias. Clementina, odiandola en el fondo del alma, le guardaba mas
consideraciones que a ninguna de sus amigas. La alta nobleza de su
titulo, su caracter severo, y hasta su fanatismo la hacian respetada en
los salones, a los cuales prestaba realce su presencia.
Subio a su cuarto seguida de Estefania, aquella doncellita tan enemiga
del cocinero. Estrenaba un magnifico traje color cre
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