e en conocerla. Hacen falta en mi salon ninas
lindas y simpaticas.
Y cada vez mas alegre, sin saber por que, se despidio y siguio adelante
diciendose: "?Que diablo de interes tendra Pinedo en convertir en santo
a ese perdido de Alcantara?" El pie ligero, las mejillas rojas, los ojos
brillantes como en los dias de su adolescencia, llego a la verja del
gran jardin que rodeaba el palacio de su padre. El portero se apresuro a
abrirle y a sonar la campana. Entro en la mansion ducal y, contra su
costumbre, dirigio una leve sonrisa a dos criados de librea, que la
esperaban en lo alto de la escalinata. Paso en silencio por delante de
ellos y fue derecha a las habitaciones de su madrastra como quien ha
recorrido aquel camino muchos anos.
La duquesa estaba, en aquel momento, de conferencia con el medico
director de un asilo de ancianas pobres, que ella habia fundado hacia
poco tiempo en union de otras senoras. Al levantarse la cortina y ver a
su hijastra, sonrio con dulzura.
--?Eres tu, Clementina? Pasa, hija mia, pasa.
Esta sintio encogersele el corazon al ver el rostro palido y marchito de
su madre. Abalanzose a ella y la beso con efusion.
--?Te sientes bien, mama? ?Como has pasado la noche?
--Perfectamente.... Tengo mala cara ?verdad?
--iNo!--se apresuro a decir la dama.
--Si, si. Ya lo he visto al espejo. Me siento bien.... Solamente la
debilidad me atormenta.... Y como he perdido enteramente el apetito, no
puedo vencerla.... Vamos a ver, Iradier--dijo encarandose de nuevo con
el medico que estaba de pie frente a ella--, de manera que usted se
encargara de vigilar a las criadas y enfermeras para que nunca dejen de
guardar las debidas consideraciones a las viejecitas ?no es cierto?
El medico era un joven simpatico, de fisonomia inteligente.
--Senora duquesa--respondio con firmeza--. Yo hare cuanto este de mi
parte por que las asiladas no tengan motivo de queja. Sin embargo, debo
repetirle que, a pesar de nuestros esfuerzos, es posible que siga usted
recibiendo alguna. No puede usted comprender hasta que punto son
impertinentes y maliciosas ciertas mujeres. Sin motivo alguno, solo por
placer de herir lo mismo a mi que a mis companeros, nos llenan a veces
de insolencias. Cuanto mas atentos nos mostramos con ellas, mas se
ensoberbecen. Yo pruebo el caldo y el chocolate todos los dias y no he
hallado hasta ahora lo que esa mujer le ha dicho. Las horas son siempre
fijas. Jamas he visto retraso alguno en las com
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