legase este punto, se presento en la
estancia un criado.
--?Que hay, Remigio?--le pregunto el banquero.
--Acaba de llegar un amigo del Pardo, el cochero de los senores de
Mudela, y me ha dicho que el senorito Leandro se encontraba un poco
enfermo....
--iClaro! iQue le habia de pasar a ese chiquillo!... No esta
acostumbrado a tales juergas. Toda la vida en el colegio o pegado a las
faldas de su madre. De pronto le sacan a esta vida agitada.... ?Y que es
lo que tiene?
Leandro era un sobrino carnal de D. Julian, hijo de una hermana que
residia en la Mancha. Habia venido a pasar una temporada a Madrid y la
pasaba alegremente reunido a otros muchachos de la misma edad. Para
cierta excursion de campo habia pedido a su tio el carruaje. Este, por
no ofender a su hermana a quien por razon de intereses estaba obligado a
guardar consideraciones, se lo habia otorgado, aunque con gran dolor de
su corazon.
--Me parece que le ha hecho dano el sol y la comida....
--Bueno, una indigestion.... Eso pasara pronto.
--Yo creo que debias ir alla, Julian--, manifesto Mariana.
--Si hubiese necesidad, claro que iria. Pero por ahora no la veo.... Di
tu, Remigio, ?no puede trasladarse aqui? ?Se ha quedado en la cama?
--Ahi esta el caso, senor--, dijo el criado dando vueltas a la gorra y
bajando los ojos como si temiese dar una noticia muy grave--. La
cuestion es que una de las yeguas, la _Primitiva_, esta enfosada.
Calderon se puso palido.
--?Pero no puede venir?
--No, senor, esta bastante malita, segun dice el cochero de Mudela....
iClaro! como esos chicos no entienden, la han hartado de agua....
D. Julian se levanto presa de violenta agitacion, y sin decir palabra
salio de la estancia seguido de Remigio.
Castro y Ramoncito cambiaron otra vez una mirada y una sonrisa.
Esperancita las sorprendio y se puso colorada.
--iQue a pecho toma papa estas cosas!
--iPodria no tomarlo, nina!--exclamo D. Esperanza con voz irritada--.
Un tronco que ha costado quince mil pesetas.... iPues digo yo si es una
gracia de Leandrito!
Y siguio buen rato desahogando su furia, casi tan grande como la de su
yerno. Castro y Ramoncito se levantaron, al fin, para irse. Mariana, que
habia tomado con mucha filosofia la desgracia, les invito a comer.
--Quedense ustedes.... Ya ha pasado la hora de paseo.
--No puedo--dijo Castro--. Hoy como en casa de su hermano.
--iAh! verdad que es sabado, no me acordaba. Nosotras iremos (si no
estoy
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