con que el amante no entrase
en el mismo coche, aunque fuesen pocos minutos despues a juntarse en el
dulce retiro de un gabinete particular.
Cuando Clementina llego a su casa eran las seis y media. Silbo el
cochero. Salio de su pabelloncito el portero a abrir la puerta de la
verja y luego la del coche. El mismo se encargo de pagar al cochero. La
dama, sin decir una palabra, entro en el jardin, que era exiguo pero
lindo y bien cuidado. Subio la escalera de marmol, debajo de una gran
marquesina que ocupaba mas de la mitad de la fachada del _hotel_. No era
este muy grande, pero si fabricado con lujo y arte, de piedra blanca de
Novelda y ladrillo fino. Osorio lo habia hecho construir hacia solamente
cuatro o cinco anos. Como los planos fueron largamente meditados y
discutidos, ofrecia una adecuada distribucion, que lo hacia mas comodo
tal vez que el de su suegro, con ser este tres o cuatro veces mayor.
Hallo a un criado en el recibimiento.
--Estefania ?donde anda?
--Hace ya un buen rato que ha llegado, senora.
Atraveso un magnifico vestibulo iluminado por dos grandes lamparas con
bombas esmeriladas sostenidas por sendas estatuas de bronce, siguio por
el corredor y tomo la escalera que conducia al principal sin tropezarse
con nadie. Cerca ya del salon que daba ingreso a su _boudoir_, hallo a
Fernando, un criadito de catorce anos vestido con librea muy cuca y
adecuada a sus anos.
--?Estefania?
--Debe de estar en la cocina.
--Que suba inmediatamente.
Entro en el _boudoir_, y yendo al espejo de cuerpo entero sostenido por
dos pies derechos de madera dorada, se despojo del sombrero. Era el
gabinete una pieza reducida, vestida toda ella de raso azul con cenefas
de carton-piedra imitando una guirnalda de flores. Sobre la chimenea,
vestida tambien de raso, habia dos magnificos candelabros y un reloj,
obra de nuestros plateros del siglo pasado. Los enseres de la chimenea
eran igualmente de plata. La alfombra blanca con cenefa azul. En medio
un confidente forrado de tisu de oro. Butacas, sillas doradas. En el
suelo dos grandes almohadones de pluma. En un rincon el espejo; en otro
un escritorio de madera taraceada estilo Pompadour; en los otros dos
unas columnas forradas de terciopelo azul sosteniendo dos quinques que
esclarecian ahora la estancia. Comunicaba esta pieza por un lado con el
tocador de la senora y este con su dormitorio; por el otro con un
saloncito donde solia recibir a sus amigos los martes por la
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