, pero le pesaba en el alma,
aunque aparentase otra cosa. Alla, en las intimidades secretas de su
casa, cuando no habia de trascender al publico, escatimaba, regateaba,
sustraia de una cuenta cualquier cantidad por insignificante que fuese;
no tenia inconveniente en mentir descaradamente para escamotear a un
comerciante algunas pesetas. El dinero que las mujeres le costaban
entregabalo sin vacilaciones ni remordimientos, como si todos sus
trabajos y desvelos, sus grandes y continuos calculos para extraer el
jugo a los negocios no tuviesen otra significacion ni otro destino que
el de adquirir combustible para aumentar el fuego de su liviandad.
Entre las muchas queridas pagadas que habia tenido, ninguna adquirio
tanto ascendiente sobre el como la que tenemos delante. Era esta una
joven de Malaga, llamada Amparo, que hacia tres o cuatro anos vendia
flores por los teatros y tenia su kiosco en Recoletos. Desde luego llamo
la atencion por su belleza y desenvoltura y se hizo popular entre los
elegantes. Festejaronla, persiguieronla, y aunque al principio resistio
a los ataques, cuando estos vinieron en forma positiva, se dejo vencer.
Fue, durante algun tiempo, la querida del marques de Davalos, un joven
viudo con cuatro hijos, que gasto con ella sumas cuantiosas que no le
pertenecian. Por gestiones activas de su familia, por escasearle ya el
dinero y por desvio de la misma Amparo, que hallo otro pollo mejor para
desplumar, se rompio esta relacion, no sin sentimiento tan vivo del
joven marques que le produjo cierto trastorno intelectual. Despues del
sustituto de este, tuvo Amparo otros varios queridos en la aristocracia
de la sangre y el dinero. Fue conocida y popular en Madrid con el nombre
de Amparo la malaguena. En los paseos, en los teatros, adonde acudia con
asiduidad, constituyo durante tres o cuatro anos un precioso elemento
decorativo. Porque a mas de su hermosura singular, habia llegado a
adquirir en poco tiempo, si no distincion, elegancia. Sabia vestirse,
facultad que no es tan comun como parece, sobre todo en esta clase de
mujeres. Tenia bastante instinto para buscar la armonia de los colores,
la sencillez y pureza de las lineas. No pretendia llamar la atencion,
como la mayor parte de sus iguales, por lo exagerado de los sombreros y
el vivo contraste de los colores. Por esta razon habia entre las damas
madrilenas cierta indulgencia hacia ella. En sus natos de murmuracion le
guardaban mas consideraciones que a las ot
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