ambas mejillas. La joven fruncio el entrecejo, disgustada de aquellas
caricias, que por venir de un viejo no debian de serle agradables.
Ademas, ya se ha dicho que los labios del duque, por efecto de la mania
de morder el tabaco, solian estar sucios.
iQuita, quita!--dijo al fin rechazandole--. No me sobes mas. Bastante me
has sobado ayer tarde. Me he lavado tres veces. Eche sobre mi un frasco
de rosa blanca y todavia a las doce de la noche me olia mal.
--Olor de tabaco.
No: el olor del tabaco me gusta. Olor de viejo.
Esta salida brutal no desperto la indignacion del duque como era de
presumir. Solto una carcajada y le dio una palmadita carinosa en la
mejilla.
--Pues no me salen baratos los besos.
Tampoco esta cinica replica altero a la bella, que en el mismo tono de
mal humor dijo:
--Ya lo creo. Y cuantos mas anos tengas, mas caros te iran saliendo....
Dame un cigarro.
El duque saco la petaca.
--No traigo mas que tabacos.
--No quiero eso.... Ahi, sobre ese chisme de escribir, debe de haber.
Traeme.
El banquero tomo de encima de un pequeno escritorio taraceado algunos
cigarritos y se los presento. La joven preparo uno con la destreza de un
consumado fumador y lo encendio con el fosforo que el duque se apresuro
a sacar. Este intento otra vez aproximar sus labios repugnantes al
hermoso rostro de la fumadora, pero fue rechazado con violencia.
--iMira, o te estas quieto o te vas!--dijo ella con energia--. Sientate
ahi.
Y le senalo la butaquita proxima al lecho.
El banquero se dejo caer en ella, mirando a la joven con sus grandes
ojos saltones, que expresaban temor.
--Eres una gatita cada dia mas arisca. Abusas de mi carino, mejor dicho,
de mi locura.
Poseia, en efecto, uno de los temperamentos mas lubricos que pudiera
encontrarse. Toda la vida habia sido, en achaque de mujeres, ardiente,
voraz. En vez de corregirse con los anos, esta aficion fue creciendo
hasta dar en una mania repugnante. Era notoria en Madrid. Sabiase que
para satisfacerla, despues que habia llegado a la opulencia, tuvo mil
extranos caprichos que pago con enormes caudales. Se le habian conocido
queridas de extranos y remotos paises, entre ellas una circasiana y una
negra. Era en realidad esta pasion la compuerta por donde se escapaba
como un rio su dinero. Pero era al mismo tiempo el unico que no le dolia
gastar. El boato de su casa le causaba dolor, un cosquilleo punzante: lo
mantenia por calculo y por fanfarroneria
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